El elogio de los pájaros de Giacomo Leopardi

Si una parte me dijeras
del gozo que tú conoces,
tal locura armoniosa
brotaría de mis labios,
que, como yo te escucho, el mundo escucharía.

A una alondra. Percy Bysshe Shelley.

El elogio de los pájaros, una de las cuatro piezas de este volumen, pertenece a las llamadas Operette morali, pequeños ensayos o diálogos que Giacomo Leopardi escribió entre 1823 y 1828. Puede considerarse un acercamiento a su filosofía de la naturaleza.

Este entrañable texto da comienzo con un paralelismo entre los libros (que el filósofo estudia) y los pájaros como elementos para el disfrute y la reflexión. Amelio deja por un momento a un lado sus lecturas y centra su atención en el canto de los pájaros. Esa presentación está cargada de significados. La reflexión sobre los pájaros puede tener contenido filosófico.

Principalmente: ¿es posible la felicidad humana? Porque a Amelio los pájaros se le presentan como las más alegres criaturas del mundo. Se trata evidentemente de una apreciación subjetiva del poeta. Lo que nos está diciendo es que, entre todos los animales, los pájaros son los que inspiran más alegría al hombre, aunque luego intente justificar esta afirmación con argumentos relativos a la propia naturaleza de estos animales. Acaso, como escribiera Jenofonte, las liebres bailen alegremente a la luz de la luna llena. El resto de los animales disfrutan la vida a su manera. Pero los pájaros exhiben en su comportamiento tal vivacidad y en su canto tal regocijo, que se convierten para el ser humano en paradigma o, según sus certeras palabras, en «aplauso perpetuo a la vida universal».

Desde luego, los pájaros no cantan para nuestra satisfacción. Incluso puede que no canten siempre por las razones que el poeta se imagina que cantan. Los sonidos del bosque no son para nosotros. La naturaleza no está ahí para hablarnos. Existió mucho antes que el ser humano y existirá mucho después. Nada de aquello que consideramos bello en la naturaleza ha sido hecho para darnos satisfacción. Pero el hombre puede, a través de su sensibilidad e inteligencia, dar a lo que observa un significado humano.

Las similitudes que establece entre el pájaro y el niño, la vivacidad y el disfrute del momento de ambos, merecerían una reflexión amplia.

Leopardi tiene muy presente que los ciclos de la naturaleza incluyen momentos de creación y momentos de destrucción. Es consciente del delicado oscilar entre maravilla y horror que sacude constantemente a quien contempla la naturaleza. Resulta emocionante pensar que fueron los pájaros, con su canto, los que le hicieron poner en duda, siquiera un instante, su pesimismo filosófico, cuando afirma en boca de Amelio que ellos «dan un testimonio constante, aunque falso, de la felicidad de la vida». ¿Cabe en un inciso mayor elogio?

Amelio, filósofo solitario, estando una mañana de primavera con sus libros, sentado a la sombra de una casa de campo suya y leyendo; estremecido por el trino de los pájaros en la campiña, poco a poco fue dedicándose a escucharlos y a meditar, hasta abandonar la lectura. Finalmente echó mano a la pluma y en aquel mismo lugar escribió las cosas que siguen.

Son los pájaros por naturaleza las más alegres criaturas del mundo. No me refiero al hecho de que verlos u oírlos sea siempre motivo de júbilo sino a ellos mismos, pues tienen más jovialidad y sienten mayor regocijo que cualquier otro animal (…)

Los pájaros por lo general se muestran en los movimientos y en el aspecto extremadamente alegres; y no de otra cosa procede su capacidad para alegrarnos al verlos, apariencia que no es de considerar vana y engañosa. Por cada goce y cada contento que tienen, cantan; y cuanto mayor es el goce o el contento, tanto más vigor y más esmero ponen en el cantar. Y como la mayor parte del tiempo están trinando, se deduce que, por lo general, están de buen humor y disfrutando.

Y si bien se ha notado que mientras están de amores cantan mejor y más a menudo, y más largo que nunca, no se puede creer sin embargo que al cantar no les muevan otros deleites y otros contentos aparte de estos del amor. Ya que se puede ver patentemente que en día sereno y plácido, cantan más que en los días oscuros o revueltos; y en la tempestad se callan, como cada vez que están atemorizados, para después reanudar los trinos y los juegos. Igualmente, se ve que suelen cantar por la mañana al despertarse; porque son movidos en parte  por el contento que tienen por el nuevo día, en parte por aquel placer que hay en general en cada animal al sentirse reparado por el sueño y fresco.

Se alegran asimismo en extremo con el alborozado verdor, los valles fértiles, las aguas puras y lucientes, o la belleza del paisaje. Prueba de que aquello que para nosotros es ameno y placentero, también lo es para ellos (…)

Sin duda fue notable previsión de la naturaleza el asignar a un mismo género de animales el canto y el vuelo: de modo que aquellos que tenían que recrear a los otros seres vivos con la voz, estuvieran por lo ordinario en lugares elevados; donde esta puede llegar más lejos al extenderse alrededor en un mayor espacio y alcanzar mayor número de oyentes. Y que el aire, que es un elemento destinado al sonido, fuese poblado de criaturas vocales y de músicas. Verdaderamente mucho agrado y placer nos produce y no menos, a mi parecer, a los otros animales que a los hombres, el escuchar el canto de los pájaros.

Y esto creo que nace principalmente no de la suavidad de los sonidos, por mucha que ella sea, ni de la variedad, ni de la armonía; sino del mensaje de alegría que transmiten por naturaleza el canto en general y el de los pájaros en particular. El cual es, como si dijéramos, una risa que el pájaro emite cuando siente estar bien y a gusto.

Para concluir con el trino de los pájaros, añado que ver o saber del gozo del prójimo, cuando no se le envidia, suele reconfortar o alegrar, por lo que es harto loable que la naturaleza haya dispuesto que el canto de los pájaros, que es expresión de júbilo y una suerte de risa, sea público, mientras que el canto y risa de los hombres, por respeto al resto del mundo, permanecen privados. Y sabiamente prescribió que el aire y la tierra estuvieran constelados de animales que con sus sonoros y solemnes gritos de alegría son un aplauso perpetuo a la vida universal e incitan a las demás criaturas al alborozo, dando un testimonio constante, aunque falso, de la dicha de las cosas.

Y si los pájaros son y se muestran más joviales que los demás animales es por una razón consistente. En primer lugar, no parecen ser víctimas del tedio; cambian de lugar constantemente, van de un país a otro sin importarles la distancia, pasan raudos y con admirable facilidad del suelo a las alturas, ven y sienten infinidad de cosas diferentes a lo largo de su existencia, mantienen el cuerpo en constante ejercicio y rebosan vida exterior (…) Incluso en el breve tiempo que permanecen en un mismo lugar, no paran quietos, van siempre de acá para allá, rondan, agachan la cabeza, se estiran, se sacuden y revolotean con vivacidad, agilidad y presteza indecibles. Por estas consideraciones parece que se podría afirmar que si naturalmente el estado ordinario de los demás animales, incluidos también los hombres, es la quietud; la de los pájaros, es el movimiento (…)

Los pájaros poseen en abundancia lo que en sí mismo favorece la jovialidad del alma sin lo dañino o penoso. Y su vida interior es tan rica como la exterior, mas de manera que esa abundancia les aporta provecho y deleite, como a los niños, y no aflicción y padecimientos, como suele suceder a los hombres.

Puesto que el pájaro y el niño son muy similares en lo que a agilidad y vivacidad se refiere, cabe pensar cabalmente que también se asemeja en las cualidades del alma. Si lo bueno de la infancia fuera común a las demás edades y lo malo de estas no superara lo bueno de aquella, quizás el hombre tendría algún motivo para soportar la vida pacientemente (…)

En suma, del mismo modo que Anacreonte anhelaba tornarse espejo para que su amada lo contemplase sin cesar, tornarse vestidura para ceñirla, aroma para ungirla, agua para lavarla, cinta para estrechar su pecho, collar para circundar su cuello o sandalia para calzar su pie, así desearía yo convertirme, al menos por un tiempo, en pájaro para sentir el júbilo y la alegría que ellos viven».

Bibliografía:

Giacomo Leopardi. Elogio de los pájaros, en Diálogo entre la Moda y la Muerte y otras Operette Morali. Trama editorial. 2016. Madrid.

El ingenio de los pájaros de Jennifer Ackerman.

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“La niebla se levanta. Vislumbro la cortina ondulante de la cordillera Azul al otro lado del valle, teñida de morado por la bruma. De un bosquecillo cercano me llega el siseo penetrante de un carbonero. Me dirijo hacia allí y lo encuentro posado en un pino, desplegando su retahíla de diis, quizá mientras calibra mi presencia. Basta con pensar en la extraordinaria genialidad condensada en ese diminuto soplo de plumas para abrir las compuertas de la mente a los misterios del conocimiento de las aves, el qué y el porqué. Se trata de rompecabezas maravillosos para mantener en nuestra biblioteca intelectual, para recordarnos lo poco que sabemos todavía”.  Jennifer Ackerman.

Realmente la inteligencia es un concepto resbaladizo incluso para nuestra especie. Ackerman prefiere hablar de “genio” y titula su libro “The genius of birds”, que se ha traducido como El  Ingenio de los pájaros. La mayoría de los estudiosos de las aves prefieren el término cognición al de inteligencia, por las numerosas connotaciones de esta última palabra. La cognición animal puede definirse como los mecanismos (múltiples y no necesariamente relacionados) mediante los cuales un animal adquiere, procesa, almacena y utiliza información para enfrentar desafíos sociales y ambientales.

Nos preguntamos cómo definir las elevadas capacidades cognitivas y para ello seguimos empleando principalmente criterios humanos. Tendemos a juzgar otras mentes por su parecido a la nuestra. Así, por ejemplo, sobrevaloramos la fabricación de herramientas porque las fabricamos nosotros -por encima, por ejemplo, de la orientación, entre otras muchas capacidades-. O ideamos test cognitivos como lo haría un especialista en psicología humana. ¿No deberíamos apreciar las complejas capacidades cognitivas de las aves por sí mismas, y no porque recuerden en algunos aspectos a las nuestras?, se pregunta Ackerman.

Entre el antropomorfismo (interpretar los comportamientos animales en términos humanos) y la antroponegación (negar similitudes entre los comportamiento animales y humanos) ¿hay un lugar justo donde podamos situarnos? En El Origen del hombre, Darwin defendía que la diferencia entre la capacidad mental de los animales y los seres humanos era cuestión de grado.

Cuando de inteligencia de las aves se trata, un ejemplo clásico que se enseña en las facultades de biología es el de los herrerillos y carboneros comunes del Reino Unido a principios del siglo XX. Adquirieron rápidamente la habilidad de abrir los tapones de las botellas de leche que se dejaban ante las puertas de las viviendas cada mañana, para tomarse la espesa nata que se condensa en la parte superior. En la década de 1950 en toda Inglaterra las botellas de leche se hallaban bajo asedio.

El libro muestra algunas de las sorprendentes capacidades de los pájaros para enfrentarse a retos de su ambiente, en ocasiones nuevos. Aprenden a fabricar y utilizar herramientas, hacen regalos, saben contar, imitan comportamientos de otras aves, aprenden centenares de cantos, recuerdan dónde dejan las cosas, se consuelan mutuamente…

Algunos de estos comportamientos son muestras asombrosas de cómo funciona el aprendizaje mediante “ensayo y error” y quizás no requieran de capacidades cognitivas superiores. No debe darse por supuesto que un comportamiento aparentemente complejo responda a pensamientos complejos. Aún así, cuesta creer que no nos encontremos ante una forma de cognición intermedia entre el aprendizaje simple y el pensamiento humano.

Con diferencia, los córvidos son el grupo biológico merecedor de más atención en el libro. Así, se cuenta cómo los cuervos de Nueva Caledonia en el Pacífico Sur (Corvus moneduloides) son capaces de usar metaherramientas, es decir, herramientas para obtener otra herramientas, lo que parece sugerir una notable memoria de trabajo o funcional (retener en la mente información relevante mientras se desarrolla una tarea). Se asemejan en ello a humanos, chimpancés y orangutanes. Se considera el pájaro más inteligente del mundo, al menos desde el punto de vista de la “inteligencia técnica”.

Ackerman recuerda la conocida fábula de Esopo: El cuervo y el cántaro. Un cuervo sediento encuentra un cántaro de agua medio lleno. Incapaz de llegar al agua para bebérsela, el cuervo va lanzando al interior del cántaro piedrecita tras piedrecita hasta que el nivel del agua asciende lo suficiente para llegar a ella. Pues bien, la fábula se corresponde fielmente con la realidad: es exactamente lo que hacen los cuervos de Nueva Caledonia. Y si se les plantea la disyuntiva de usar cuerpos ligeros o pesados, sólidos o huecos escogen los que se hunden frente a los que flotan.

En el libro se citan, a modo de inventario de talentos, numerosos ejemplos.

Los ruidosos arrendajos azules (Cyanocitta cristata) del este de EE.UU destacan por sus lazos familiares y sus complejos sistemas sociales. El arrendajo europeo (Garrulus glandarius) parece intuir los deseos cambiantes de su pareja. El macho corteja a una hembra seleccionando regalos suculentos para ella.  Ser capaz de adoptar la perspectiva del otro, percibir sus necesidades, puede interpretarse tentadoramente en el marco de una teoría de la mente. Las urracas (Pica pica) reconocen la identidad de su propio reflejo en un espejo.

Los cascanueces americanos (Nucifraga columbiana), oriundos de las Montañas Rocosas del oeste americano, son capaces de reunir “más de 30.000 piñones en un solo verano, transportando hasta cien de ellos a la vez en un gran morral bajo la lengua. Entierran los piñones en unos 5.000 escondrijos distintos, diseminados en un territorio de centenares de metros cuadrados…, que luego consiguen encontrar”.

Mención especial merece la chara californiana (Aphelocoma californica), una especie de córvido nativa del oeste de América del Norte que aparece representada en la portada del libro. Se extiende desde el sur de Washington hasta el centro de Texas y el centro de México. “Azul, como su pariente el arrendajo azul (aunque sin la ufana cresta), es un ave igual de descarada y conocida por ser un ave ladrona y bribona (…) es una especie acaparadora, es decir, que esconde la comida. Durante el otoño vuelan como un rayo por el monte bajo recogiendo bellotas y otros frutos secos por miles, además de insectos y gusanos. Distribuyen esas provisiones para el futuro en miles de escondites por todo su territorio (…); maestros de la prestidigitación social, no sólo recuerdan dónde han escondido sus botines (y quién las observa), sino qué guardaron en ellos y cuándo, recuperando los alimentos más perecederos antes de que se pudran”.

Lo verdaderamente asombroso es que la chara no solo roba las despensas de sus vecinos,  sino que simula almacenes propios engañando a quienes sospecha que la están observando. Todo ello para evitar ser robada. Las charas también son conocidas por concentrarse ruidosamente ante el cadáver de una de ellas.

En el libro hay también una referencia a la graja (Corvus frugilegus), que en nuestro país presenta únicamente un núcleo reproductor en la provincia de León: “Y luego están los besos que se dan las grajas. Estos miembros sumamente sociales de la familia del cuervo americano, anidan en colonias superpobladas donde es muy frecuente que se produzcan riñas. Un estudio reveló que, tras observar a su pareja en un conflicto, las grajas suelen consolar al ave nerviosa durante uno o dos minutos entrelazando sus picos con ella”.

¿Hay problemas ecológicos o presiones selectivas que estimulan las altas capacidades?: búsqueda de comida en entornos cambiantes o impredecibles, relaciones y destrezas sociales, hábitos migratorios…, ¿interviene la selección sexual? Al fin y al cabo lo importante es adaptarse, no de manera perfecta ni única, sino desplegando cada uno su propio tipo de genialidad.

Darwin describió el canto de las aves como “la analogía más próxima al lenguaje”. ¿Quién puede dudar de que el aprendizaje de trinos implica notables funciones cognitivas? El sinsonte es un miembro de la familia Mimidae (un tipo de zorzal presente sólo en las Américas). En su viaje a bordo del Beagle, Darwin se refirió a ellos como: “unos pájaros muy vivos, inquisitivos y activos (…) que poseen un canto muy superior al de cualquier otro ave del campo”. Son expertos en imitar el canto de otras aves, e incluso el de ranas y grillos. Thoreau se refería al él como un pájaro que suelta “su galimatías, sus interpretaciones a lo aprendiz de Paganini”.

Pero hay otros muchos imitadores expertos: ruiseñores, carriceros políglotas e incluso los humildes estorninos. La alondra común (Alauda arvensis) realiza cantos en vuelo extremadamente largos y complejos. Algunos loros, como el loro gris africano, tienen el don de imitar el habla humana…

Los agudos y finos silbidos de los carboneros (sus tsiiis, diidiidís…) representan asimismo un sofisticado sistema de comunicación, avisando de la presencia de fuentes de alimento y de depredadores. Saberlo cambia el modo de escuchar los dis mientras caminamos por el bosque.

Nos impresionan los animales constructores -apunta Ackerman- porque nosotros mismos lo somos. Para fabricar los nidos de tejedores, de golondrinas comunes, de pájaros moscones o de mitos, además de instinto, hace falta aprendizaje, memoria, experiencia, toma de decisiones, coordinación y colaboración. Un caso especial es el del pergolero, ave que vive en Nueva Guinea y Australia. Célebre por su cerebro grande, vida longeva e infancia prolongada, construye elaboradas pérgolas decoradas de forma exuberante para atraer a las hembras.

Por otro lado, las mentes cartográficas de las aves migradoras o de las palomas mensajeras no dejan de asombrarnos. Los largos desplazamientos de gorriones de corona blanca en América, abejarucos europeos, charranes árticos… o las altas capacidades de orientación a menor escala de las mencionadas charas, arrendajos o cascanueces, se resisten todavía hoy a la comprensión precisa de cómo funciona su navegador mental. Los colibríes, en sus admirables derbis aéreos, deben cosechar centenares de flores al día y prefieren no malgastar el tiempo visitando las que ya han quedado secas. Por ello rara vez zumban sobre la misma flor dos veces. ¿Cómo lo hacen?

Incluso las cualidades cognitivas de las aves sinántropas y buenas colonizadoras como los gorriones comunes (Passer domesticus) merecen un estudio detallado. Las ciudades son máquinas de aprendizaje y quizás “hagan a las aves inteligentes más inteligentes aún” afirma Ackerman.

Las aves altriciales nacen (como nosotros) indefensas y con un cerebro pequeño, que, como el nuestro, crece mucho tras el nacimiento, madurando bajo el cuidado de los progenitores. La mayoría de ellas, que permanecen en el nido, terminan teniendo un cerebro más grande que las que lo abandonan al nacer. En general, las especies animales inteligentes disfrutan de infancias prolongadas. Es como si se planteara una elección: o funcionalidad plena al nacer o una mayor capacidad mental mas adelante.

La naturaleza es una maestra del bricolaje. Una y otra vez, en grupos sin relación de parentesco (aves y mamíferos se separaron en el árbol filogenético hace más de 300 millones de años), encontramos ejemplos de convergencia evolutiva en anatomía y comportamiento. ¿Por qué no puede darse también esta convergencia en la cognición?

Atenea, la diosa griega de la sabiduría, la de «ojos brillantes», fue originariamente una diosa pájaro. Se la identificó con el mochuelo (Athene), asociado desde entonces con la inteligencia.

Como sugiere Ackerman, quizás sea el momento de desterrar definitivamente expresiones como “cabeza de pájaro o de chorlito” . De reconocernos en ellos como seres que sienten, disfrutan y sufren. De admirar su «talento» y de reconocernos también, más allá de las diferencias, en sus asombrosas capacidades.

El Ingenio de los pájaros es un magnífico ejemplo de la buena divulgación científica. Muy bien documentado, se entreteje con anécdotas personales que enriquecen el texto. Puesto que la especie favorita de la autora es el sencillo carbonero, «una cucada» por el que dice sentir algo cercano al amor, concluimos la reseña como la empezamos, con una cita sobre este pajarillo:

«En una ocasión, mientras practicaba esquí de fondo en las montañas de Adirondack, me detuve a comer en un pequeño claro. Una gruesa capa de nieve cubría el suelo y el frío helaba los huesos. En cuanto saqué mi emparedado de mantequilla de cacahuete detecté un movimiento por el rabillo del ojo y escuché un zumbido familiar. Un carbonero cabecinegro (Poecile atricapillus), un  pariente del carbonero que espuma la nata de las botellas de leche, había aparecido de repente en una rama en el borde del calvero. Le siguió otro y luego, otro más. Al poco tiempo tenía una pequeña bandada a mis pies. Sostuve una miga de pan en un dedo y uno de ellos revoloteó y la agarró con el pico. Momentos después, aquel pequeño descarado se posó en mi brazo y empezó a comer directamente de mi mano». Jennifer Ackerman.

Bibliografía:

Ackerman, Jennifer. (2017). El ingenio de los pájaros. Barcelona: Ariel.