Los crisantemos, de John Steinbeck

Crisantemos

Situada dentro del realismo social americano, la obra literaria de Steinbeck incluye algunos relatos breves que cautivan por su concisión y estudiada simplicidad. Quien fuera autor de grandes novelas, como Las uvas de la ira, Al este del edén o De ratones y hombres, lo es también de cuentos o novelas cortas como El poni rojo o La perla.

Los crisantemos es un texto cargado de sutil simbolismo en el que se aborda el mundo de la mujer y su papel en la sociedad. También, en un sentido más amplio, las posibilidades de realización humana. La trama es sencilla pero intensa y, a la vez, llena de delicadeza. Nos presenta unas horas en la vida de Elisa Allen, una mujer vital, apasionada y con sensibilidad, que vive con su marido Henry en un rancho.

Así la describe Steinbeck:

“Tenía treinta y cinco años, el rostro enjuto y fuerte y los ojos claros como el agua. El atuendo de jardinera parecía ocultar y engrosar su figura:  sombrero negro de hombre encasquetado casi hasta las cejas, zapatones, un vestido estampado que apenas se veía debajo del delantal de pana grande con cuatro bolsillos para las tijeras, el desplantador y el raspador, los esquejes y el cuchillo con que trabajaba”.

Henry se encarga de las tareas más duras y de los negocios de la granja mientras su esposa, protagonista del relato, cuida con devoción el jardín, especialmente esos crisantemos blancos y amarillos, “enormes, hermosos”, que cultiva.  Y, aunque se hace merecedora de justas palabras de elogio por parte de su marido, estas encierran también cierto reproche: la consideración de que la mujer se ocupa de tareas secundarias, de que -en cierta forma-  simplemente se entretiene con sus crisantemos.

“-Otra vez dale que te pego –dijo él-. Tienes una buena cosecha en perspectiva.

Elisa enderezó la espalda y volvió a poner el guante.

-Sí. Serán fuertes este próximo año- dijo ella, con cierta presunción en el tono y en el gesto.

-Tienes un don especial- comentó Henry-. Algunos crisantemos amarillos de este año hacían un palmo de diámetro. Ojalá trabajaras en el huerto y consiguieras manzanas tan grandes”.

Henry ha vendido treinta novillos. Para celebrarlo propone a Elisa salir a cenar a la ciudad y luego ir al cine. Aunque también hay un combate de boxeo, no parece un espectáculo adecuado para mujeres. Su propuesta parece ajustarse a la de un buen marido, considerado y obsequioso, y es recibida con agrado por Elisa. Al fin y al cabo, es la forma de escapar de la rutina diaria un sábado por la noche.

Mientras espera a que Henry vuelva a casa y se arregle para la cena, aparece un hojalatero ambulante con su carromato. Un hombre alto, corpulento y mal vestido, que vagabundea por los caminos y se gana la vida arreglando cacerolas y afilando cuchillos. El hojalatero “tenía los ojos oscuros, llenos de la melancolía que impregna la mirada de los cocheros y los marineros”. Inicialmente Elisa muestra una actitud de rechazo hacia él: no hay cacerolas ni cuchillos que arreglar y, desde luego, no iba a gastar dinero en algo que no necesitaba. Pero su actitud cambia al interesarse el hombre por sus crisantemos. Él finge valorar la belleza de las flores que Elisa cultiva y le propone compartir algunas de sus plantas selectas con una vecina a la que dice conocer y que vive más adelante siguiendo la carretera.

“- ¡Vaya! –dijo él-. Entonces supongo que no podré llevarle ninguno.

– ¡Pues claro que puede! – exclamó Elisa-. Puedo colocar algunos en arena húmeda y puede llevárselos usted. Arraigarán en la maceta si los mantiene húmedos. Y luego ella puede trasplantarlos.

– Le gustaría mucho tener algunos, desde luego, señora. Y ¿dice usted que son bonitos?

– Preciosos. Sí, preciosos –dijo ella-. Le brillaban los ojos.”

Entusiasmada, le explica con todo detalle cómo realizar el trasplante y cómo tratar los capullos. Se siente escuchada. Valorada. Comprendida. En la conversación con el hojalatero Elisa va a descubrir algo sobre sí misma: la necesidad que siente de  vivir una vida diferente, de escapar de su destino como mujer, también de su destino social.

“-Yo nunca he vivido como vive usted, pero sé lo que quiere decir. Cuando la noche es oscura…, bueno, las estrellas brillan intensamente y todo es silencio. Y bueno, ¡te elevas cada vez más! Y cada estrella te traspasa. Es así. Ardiente e intenso y… maravilloso”.

Es cierto, la vida que lleva este hombre no es precisamente envidiable, tampoco es un tipo de vida socialmente admisible para una mujer.  Sin embargo, para ella representa la libertad. Por eso, cuando el hombre se marcha con su carromato, Elisa lo observa y se sorprende a sí misma viéndolo desaparecer en medio de lo que imagina un resplandor luminoso. Como un símbolo de liberación.

Finalmente el hojalatero había conseguido su objetivo: que se le encargara un trabajo y cobrar por él sus cincuenta centavos.

Se está haciendo tarde. Lo había olvidado. Van a salir. Y su marido está a punto de llegar. Se pone guapa. Con esmero. Como se espera de ella. Henry aparece por fin, completamente ajeno a su experiencia, a sus pensamientos. Es la vuelta a la realidad. No le cuenta nada de lo ocurrido, no le habla de la visita del hojalatero. No lo entendería. Será su secreto, un secreto de libertad que, aunque irrealizable, la alimenta interiormente.

Él dice encontrarla “guapa”, “distinta” y “fuerte”; y ella le contesta que “nunca había sabido lo fuerte que era hasta ese momento”. Porque se ve capaz, acaso por vez primera, de vivir una vida diferente. Al menos, de soñarla.

Pero Steinbeck deja poco espacio a la esperanza. Al abandonar la granja en su pequeño coche camino de la ciudad, Elisa ve una mancha oscura a lo lejos en la carretera y sabe inmediatamente de lo que se trata: al hojalatero le faltó tiempo para deshacerse de sus crisantemos.

“Procuró no mirar cuando pasaron, pero sus ojos no la obedecieron. Susurró para sí con tristeza: Podría haberlos tirado fuera de la carretera. No le habría costado mucho hacerlo, desde luego. Pero se quedó la maceta –alegó-. Tenía que quedarse la maceta. Por eso no podía tirarlos fuera de la carretera”.

La realidad, esa destructora de sueños, ejerce una tiranía difícil de enfrentar. Decepcionada, optará por disfrutar del único aliciente posible más allá del rutinario trabajo en la granja: una cena fuera de casa. ¡Incluso podrá beber vino! Después de todo quizás no sea un mal plan.

La narración concluye con un último párrafo de una tristeza desgarradora:

“Se subió el cuello del abrigo para que él no viera que estaba llorando débilmente: como una mujer vieja”.

Con su aspiración a ser mujer y persona de otra manera, con el deseo de una vida más plena ahogado. Resignada. Mutilada. Envejecida.

Bibliografía:

  • Steinbeck, John. (2016). Los crisantemos. Madrid: Nórdica Libros.

3 comentarios en “Los crisantemos, de John Steinbeck

  1. Una edición deliciosa de un clásico. Gracias a la editorial. Y gracias a tí, José Andrés, por compartirlo. Un ejemplo de que para un buen escritor no hay «obras menores». He disfrutado mucho con la lectura de Los Crisantemos y estoy de acuerdo con el análisis que haces, profundo y certero. Has captado claramente los sentimientos de los personajes de Steinbeck.
    A destacar, además, las delicadas ilustraciones que dan un valor estético a este precioso libro. ¡Chapeau!

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  2. Acabo de leer este breve relato y además en la misma edición de Nórdica, que es una auténtica delicia. Las ilustraciones de Carmen Bueno complementan e incluso realzan las palabras de Steinbeck.

    He disfrutado mucho con su lectura y muchísimo más ahora con este estupendo análisis de la simbología que encierra. Enhorabuena por este trabajo.

    Lo que más me ha asombrado ha sido la capacidad del autor para decir tanto con tan poco.

    Gracias.

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