José Andrés Martínez García
En el último capítulo de su libro Cosmos. Una ontología materialista, Michel Onfray resume su obra en un puñado de máximas existenciales.
Son las siguientes:
→ Esculpir la naturaleza no es suprimirla.
→ Conocer las leyes de lo vivo en nosotros.
→ Aceptar nuestro destino de mamíferos.
→ Poner la cultura al servicio de la pulsión de vida.
→ Luchar contra toda pulsión de muerte.
→ Saber que lo vivo se abre camino más allá del bien y del mal.
→ Vivir el tiempo de los astros más que el de los cronómetros.
→ Querer una vida natural como remedio contra la vida mutilada.
→ Trabajar para vivir y no vivir para trabajar.
→ Habitar densamente el instante presente.
→ Ser, para no tener que tener.
→ Vivir siendo y no sobrevivir teniendo.
→ Crearse el tiempo de un otium personal.
→ Saberse pura materia.
→ Conocer el funcionamiento de la propia psique material.
→ Distinguir aquello sobre lo que uno tiene poder de aquello sobre lo cual no lo tiene.
→ Querer el querer que nos quiere cuando uno no puede actuar contra él.
→ Actuar contra el querer que nos quiere cuando uno puede actual contra él.
→ Saber que el individuo cree querer lo que quiere la especie.
→ Obedecer lo más posible al propio programa más allá del bien y del mal.
→ Saber que no estamos en la naturaleza sino que somos la naturaleza.
→ Identificar a los depredadores para protegerse de ellos.
→ Recusar todo pensamiento mágico.
→ Descubrir el mecanismo del propio reloj biológico.
→ Vivir según los ciclos paganos del tiempo circular.
→ Conocer las leyes del cielo pagano.
→ Hacer descender el cielo a la tierra.
→ Superar la episteme cristiana.
→ Utilizar la psique para abolir la metafísica.
→ Volver al cosmos para superar el nihilismo.
→ Apartar de nosotros los libros que nos alejan del mundo.
→ Meditar sobre los pocos libros que nos acercan al mundo.
→ Interrogar las sabidurías precristianas con miras a un saber postcristiano.
→ Recusar todo saber inútil desde un punto de vista existencial.
→ Utilizar la razón contra las supersticiones.
→ Reactualizar el Tetrapharmakon epicúreo: la muerte no es un mal, el sufrimiento es soportable, no hay que temer a los dioses, la felicidad es posible.
→ Adherirse a un materialismo integral.
→ Rechazar la religión facilitadora de ultramundos.
→ Persuadirse de que morir en vida es peor que morirse un día.
→ Preparar la propia muerte llevando una vida adecuada.
→ Filosofar para aprender verdaderamente a morir.
→ Experimentar lo sublime por medio de la contemplación del cosmos.
→ Saber que el hombre y el animal difieren en grado pero no en naturaleza.
→ Tratar a los animales como alter egos desemejantes.
→ Negarse a ser un animal depredador.
→ Excluir todo gesto que inflija sufrimiento a un ser vivo.
→ Rechazar que se haga un espectáculo con la muerte de un animal.
→ Reconciliarse con los animales.
→ Hacer de la etología la primera ciencia del hombre.
→ Esforzarse por alcanzar la frugalidad alimentaria.
→ Ejercitarse en llevar una vida poética.
→ Apuntar seguidamente al ejercicio de una vida filosófica.
→ Cesar de estar en el mundo viviendo fuera del mundo.
El autor de obras tan conocidas como Antimanual de filosofía o Tratado de Ateología realiza en Cosmos una completa presentación de su filosofía desde perspectivas muy diversas, como la biología, la antropología filosófica, la astrofísica moderna y la historia (contrahistoria) del arte. En todas ellas hay un común denominador: Onfray nos presenta una visión inmanente del mundo; no existe transcendencia alguna, sólo hay un mundo y es material.
Articulado en torno a cinco capítulos (‘El tiempo. Una forma a priori de lo vivo’, ‘La vida. La fuerza de la fuerza’, ‘El animal. Un alter ego desemejante’, ‘El Cosmos. Una ética del universo arrugado’ y ‘Lo Sublime. La experiencia de la vastedad’) el libro sienta las bases de una filosofía que vincula la sabiduría (sin moralina) con la naturaleza.
De ello nos informa esa “ontología materialista” que lleva por subtítulo, que es también un guiño irónico dirigido a los filósofos filosofantes, una suerte de oxímoron retórico: todas las ceremoniosas ontologías conocidas han sido metafísicas.
Onfray defiende un hedonismo del ser (que no del tener) y una búsqueda de lo sublime alejada del camino que han seguido todas las religiones.
No es el hedonismo del sibarita. No es un hedonismo consumista. Es una invitación a construir la alegría de vivir, a disfrutar con el otro. Es una afirmación de la vida: reivindicar, en palabras de Epicuro, «el puro placer de existir».
Para el autor, lo sublime surge en la resolución de una tensión entre el individuo y el cosmos. La pequeñez del sujeto que contempla la grandeza de la naturaleza o del universo genera ese sentimiento. La experiencia es, por supuesto, individual. En este sentido es reveladora la cita de Friedrich Nietzsche que, a modo de frontis, encabeza el libro: “Ir más allá del “yo mismo” y el “tú mismo”, experimentar de una manera cósmica”.
En el capítulo que lleva por título Lo sublime de la naturaleza leemos:
“La religión verdadera es aquella que nos devuelve a los elementos; la verdadera plegaria, la que restituye nuestro lazo con la naturaleza; la verdadera experiencia mística, la que, siendo pagana, nos vuelve a colocar en el lugar que verdaderamente nos corresponde: no en el centro sino en un fragmento, no en el eje del mundo sino en una parte ínfima, no en el ego sino en el cosmos”.
Un libro que anima a repensar nuestra relación con el universo. A reconocer con serenidad nuestra contingencia. He aquí el proyecto de esta obra personalísima, que enlaza con el ideal griego y pagano de una sabiduría humana en armonía con el cosmos.
¿Pensar de manera cósmica? ¿El mundo sin «titiritero»? Me recuerda a Spinoza.
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Gracias por tu comentario, María. Sobre Spinoza recuerdo el poema:
“Libre de la metáfora y del mito
labra un arduo cristal:
El infinito
mapa de Aquel que es todas Sus estrellas”.
Jorge Luis Borges.
Aunque Onfray no sea panteísta.
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“Una filosofía que no está al día con la ciencia es fósil. Toda filosofía activa y útil es cambiante: se renueva junto con el resto del conocimiento”. Mario Bunge.
Las implicaciones de la nueva física me parecen un elemento esencial a la hora de fundamentar una ontología materialista a la luz de los conocimientos actuales. Dado que Onfray ha presentado «Cosmos» como el primer volumen de una trilogía que llevaría por título «Breve enciclopedia del mundo», esperamos que aborde alguno de estos aspectos en el futuro.
Es evidente que el materialismo de Demócrito y Leucipo no pueden ser iguales al materialismo del siglo XXI. No obstante, cuando Onfray reivindica el materialismo de Epicuro no está reivindicando -entendemos- la física de Epicuro. O la indivisibilidad de los átomos en la que creía Demócrito. El propio filósofo francés afirma que no se considera un “devoto de tabla periódica de los elementos”. Me parece más bien que se trata de – para decirlo con sus palabras- “interrogar las sabidurías precristianas con miras a un saber postcristiano”.
Onfray recupera al Demócrito que cree que hay una causa natural en todo lo que ocurre, una causa que se encuentra en las cosas mismas (en cierta ocasión dijo que prefería descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia).
Lo que se reivindica esencialmente es una epistemología que infiera lo que desconocemos partiendo de los fenómenos. Sin huir de la realidad. Sin inventar un mundo sobrenatural. En mi opinión, esta filosofía materialista es la única que puede salvarnos en el camino del conocimiento.
Decía Epicuro: “Y de otras muchas maneras pueden producirse los rayos. Basta con que se excluyan los mitos, cosa que es posible…”. Sea como sea que se produzcan los rayos, vale decir también sea cual sea la naturaleza precisa de la materia, empecemos por excluir los mitos (el viejo tema del paso del mito al logos ya presente en la filosofía griega desde los presocráticos). No es un mal punto de partida. Y nunca ha sido tan necesario como hoy.
El materialismo como filosofía ha sido la fuerza que ha impelido todas las revoluciones científicas: en física, en química y en biología. Básicamente porque ha negado todo “comercio” con objetos inmateriales diversos: ideas absolutas, almas, espíritus, fuerzas vitales, fantasmas verdaderos, pensamientos desencarnados, fuerzas históricas supramateriales, etc.
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“Este epicureísmo transcendental supone hoy que la filosofía, con tanta frecuencia extraviada en el culto del Verbo puro, restablezca sus lazos con la tradición epicúrea del gusto por la ciencia. Ciertamente esta se ha vuelto especializada, fraccionada, difícil de comprender para los no especialistas. Nuestra época ya no es como la de Descartes, cuando un hombre podía ser un filósofo genial y un inventor que dejaba su nombre en la historia de las ciencias. Pero la imposibilidad de saberlo todo sobre la ciencia de nuestro tiempo no nos impide saber lo suficiente para dejar de decir tonterías sobre el mundo en general”. M. Onfray.
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