Mary Oliver: «Soy una artista practicante. Practico la admiración»

Me afano en mi trabajo, como me gusta llamarlo, caprichoso y serio al mismo tiempo. Esto es, en caminar, en mirar las cosas, en escuchar y en escribir palabras en una libretita. Mary Oliver.

La poeta Mary Oliver (1935-2019) nació en Ohio, aunque vivió la gran parte de su vida en Provincetown, pueblo situado en la punta del Cabo Cod, Massachusetts.

En los últimos años se han publicado en nuestro país tres libros de Mary Oliver: La escritura indómita (Blue pastures), Horas de invierno (Winter Hours), y Nuestro mundo (Our world). Los dos primeros libros son una miscelánea de piezas cortas. Encontramos en ellos momentos de contemplación, caminatas solitarias por la naturaleza, opiniones sobre la creación literaria y confidencias personales. Todo ello en un lenguaje sencillo, cercano a la prosa poética, que cautiva por su expresión sincera. Nuestro mundo es un conjunto de retazos íntimos de la relación de pareja de la autora con la fotógrafa Molly Malone Cook.

Se han publicado asimismo ediciones bilingües (inglés-castellano) de los poemarios «Dog Songs», «Felicity» y «A Thousand Mornings».

Mary Oliver nos habla de la naturaleza que salva y de la literatura que salva. De la naturaleza como refugio y de la literatura como refugio. Y, con ello, de la vida que salvamos de la nada.

Nos cuenta cómo, siendo todavía una niña, lograba escapar del infierno que era su hogar. Salía del instituto hacia el bosque con una mochila llena de libros, a cuyos autores consideraba como un hermano, un tío, o el mejor de los maestros. Leía como debería nadar una persona: para salvar la vida. Y así escribía también.

Yo hallé pronto dos bendiciones: el mundo natural y el mundo de la escritura; es decir, la literatura. Estas fueron las puertas que yo franqueaba para escapar de aquellos momentos difíciles. En el primero de ellos, el mundo natural, me sentía en paz; la naturaleza estaba repleta de belleza, de interés y de misterio; también de buena o mala suerte, pero nunca de abuso. El segundo mundo, el mundo de la literatura, me ofrecía además del atractivo formal el apoyo de la empatía; me encarné de buen grado y con alegría en todos los personajes: otras personas, árboles, nubes… Porque ponerse en la piel de esa otredad –la belleza y el misterio del mundo, al aire libre del campo o en las profundidades de los libros- puede devolver la dignidad al corazón herido de la peor forma.

Acudimos a nuestros grandes poetas en busca de consejo, en busca de «un refugio contra el caos de nuestra propia experiencia». Whitman, Thoreau, Keats, Shelley, Wordsworth, Poe, Emerson, Leopold,… a ningún sitio voy, a ningún sitio llego, sin ellos.

El ser humano que no conoce la naturaleza es parcial y está herido.

El acercamiento de Mary Oliver a la naturaleza está presidido por un sentimiento de asombro y admiración. Se trata de prestar atención. Pero no de cualquier modo: con empatía. La atención sin sentimiento no es más que información. Sobre la dignidad que atribuye a la naturaleza leemos:

No pretendo hablar de la naturaleza como ornamento, por muy radiante que se muestre. No pretendo describir la naturaleza como algo útil para el ser humano, si esa posible utilidad despoja al objeto de su valor intrínseco. O incluso si lo minimiza .

[Cuando para referirnos a la naturaleza] utilizamos tales adjetivos –`bonito´,`fascinante´,`adorable´- confundimos la mirada, porque lo que así se percibe se ve despojado de algún modo de su dignidad, de autoridad. Si algo es `bonito´, es recreativo y sustituible. Las palabras nos guían y nosotros las seguimos: si algo es `bonito´ es diminuto, es inofensivo, es apresable, es domesticable, es nuestro. Craso error. A nuestros pies están los helechos: se alzaron salvajes y resueltos cuando la especie humana no existía y era del todo improbable que llegase a existir, en los aterradores márgenes de los primeros océanos innombrados e innombrables. Nos parecen bellos, delicados y fascinantes, y los trasladamos a nuestros jardines. Logramos así ponernos en el lugar de amo y señor (…) Con esa mirada se imposibilita una visión diferente de la naturaleza: la de un reino sagrado y complejo, a la vez que indomable, del que no somos más que una parte (…). Yo no sería soberana ni de una sola brizna de hierba, mientras pueda ser su hermana. Acerco mi rostro al lirio, que se alza por encima de la hierba, y lo saludo desde mi corazón. Tenemos el mismo hogar. Nuestra luz proviene del mismo farol. Todos somos  salvajes, audaces, asombrosos. Ni uno solo de nosotros es `bonito´.

Para Mary Oliver, poeta caminante, patrullera de humedales, la naturaleza no es solo un lugar de reposo y placer. Es también un templo donde se reafirma nuestra percepción del mundo como misterio, un misterio que conlleva otros privilegios aparte de los nuestros.

Su espiritualidad de carácter animista es sobre todo una actitud ante el mundo que la rodea. Una respuesta afectiva basada en el hermanamiento. Diría que existen mil vínculos inquebrantables entre cada uno de nosotros y todo lo demás, y que la dignidad y las posibilidades del conjunto son todo uno. La estrella más distante y el barro a nuestros pies son parientes; y no es ni decoroso ni juicioso honrar una única cosa o unas pocas cosas y luego cerrar la lista.

La misma metáfora de «templo» (o «campo verde») utiliza Oliver para referirse a la poesía. Un lugar al que se accede con respeto para sentir.

La poesía no es un milagro. Es un intento de expresar (ritualizar) los momentos individuales y las consecuencias trascendentales de esos momentos con una música útil para  todos (…) La poesía nació de la relación entre el ser humano terrenal y la tierra misma (…) En las colmenas y mazmorras de las ciudades la poesía no puede reconfortar, carece de peso, pues el pacto entre el mundo natural y los individuos se ha roto (…) No podría ser poeta sin la naturaleza. Otros, sí. Yo, no. La puerta al bosque es la puerta al templo (…) El ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las hojas como bajo su propio techo, es parcial y está herido (…) Ningún poema trata sobre uno –o algunos de nosotros- sino sobre todos nosotros. Cada poema trata sobre mi vida, pero también sobre la tuya y sobre cien mil vidas que están aún por venir. Que lo escribiera alguna persona no es ni de lejos tan importante como el hecho de que nos pertenezca a todos. Y cada uno de nosotros aporta al movimiento de la pluma un mundo de ecos.  

La vida es oscuridad y luz. Y hay que reconciliar ambas para recibir el regalo completo. Mis poemas, como la vida misma, pueden contener terror, dolor o confusión, pero han de luchar en nombre del señor de la vida, y no de los dioses menores del egoísmo, el caos o la muerte.

¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

Mary Oliver resume su idea de la literatura acudiendo a ese poema sobre la belleza, tantas veces analizado y reinterpretado, del poeta austriaco Rainer María Rilke, «Torso de Apolo arcaico». Nos encontramos ante la descripción literaria de una obra de arte, probablemente el “Torso juvenil de Mileto”, maltrecha pieza de la estatuaria griega expuesta en el museo del Louvre. El poema nos conduce a través de la emoción estética hacia cierto imperativo ético al concluir con un desconcertante e inesperado verso final: …porque aquí no hay/ un solo lugar que no te mire. Debes cambiar tu vida. Evidentemente no es una orden de Rilke al lector, sino una máxima que se engendra en el seno de la propia belleza y los destinatarios somos todos. En primer lugar, el propio autor.

También Shelley y Thoreau exclaman: «¡Cambia!, ¡cambia!». Sé valiente. No atribuyas a nadie ni a nada la responsabilidad sobre tu propia vida, afirma Mary Oliver. Para la poeta norteamericana la belleza ha de decirnos algo, ha de cobrar significado dentro de la vida de quien la observa, incitar a la reacción más que a la reflexión; ha de «cargar sobre nuestros hombros una tarea difícil pero ennoblecedora». El arte ha de interpelarnos, de implicarnos: La primera vez que viste la belleza -ese sueño, el vórtice humano de tu vida- ¿te detuviste, te quedaste inmóvil, respirando como un árbol? ¿Cambiaste tu vida?.

Se entienda como se entienda, como ideal de vida o como promesa de felicidad, toda obra de arte incorpora implícita esa advertencia: debes cambiar, acaso para hacernos dignos de la belleza que contemplamos, acaso para llevar un poco de esa belleza a nuestras propias vidas.

«Cada vez que llego a casa -cada vez-/ alguien allí me ama».

A veces pienso que, si estuviese hecha de una pasta un poquito más dura, me iría definitivamente al bosque -para dedicarme por completo a mi trabajo, a la soledad, a unos pocos amigos, a los libros, a mis perros, a todas las cosas apacibles, dispuesta a la meditación y a la laboriosidad-, aunque solo fuera para escapar de los descorazonadores sinsabores que provocan los espíritus mezquinos del mundo. Pero no tiene mucho sentido. Incluso la más solitaria de nosotras es sociable por costumbre y, de hecho, por compromiso con el más aguerrido de nuestros sueños, que es construir un mundo moral.

La intimidad que se reserva para uno es una cualidad del paraíso. Agracemos a Mary Oliver que nos haya dejado entrar un poquito en el que fuera el suyo. En Horas de invierno, libro que dedicó a Molly Malone Cook, leemos: Somos felices y somos afortunadas. Nos bastamos mutuamente: acompañamiento, intimidad, cariño, arrebato. Cada vez que oigo algo horrible, quiero taparle los oídos a M. Cada vez que veo algo bello y me da un vuelco el corazón, es a M. a quien corro a contárselo.

Y más tarde, con preocupación, apunta: Cuando mueren los protagonistas de tu vida ¿hay suplentes? o ¿Hay acaso otra cosa que suplencia? (…) Llegamos a aceptar la brevedad de nuestra propia vida; mas el amante que hay en el interior de todos nosotros, -la parte de nosotros que adora a otra persona-, ¡ah! eso es harina de otro costal…

«En los bosques de Blackwater», poema publicado por vez primera en 1983, había señalado certeramente:

Para vivir en este mundo necesitas que estas tres cosas
te sean posibles:
amar lo que morirá;
estrecharlo
contra tus huesos sabiendo
que tu vida misma depende de ello;
​y cuando llegue el momento de soltarlo,
soltarlo
.

Dos años después de la muerte de Cook en 2005, Oliver publicó Nuestro mundo; una recopilación de fotografías y anotaciones del diario de Molly, acompañada de recuerdos, textos breves en prosa y poesías. Un homenaje a quien fuera su pareja durante más de cuarenta años. Con una de las entradas del diario de Molly sobre su amada Mary concluimos esta reseña:

Mary acaba de volver con flores amarillas y con Luke empapado porque ha estado nadando en los lagos. Siempre le pregunto cómo le ha ido. ¿Qué significa eso, qué espero oír? Algo bueno, imagino. Pido noticias de seres humanos. Mary vuelve a casa con noticias de zorros, noticias de aves y de sus tiernos amigos los gansos Merlin y Dreamer, que de nuevo tendrán crías bajo su atenta mirada. ¿Cuántos años lleva observándolos? Los gansos van corriendo a su encuentro. Estas son las noticias de Mary.

Tres poemas:

Gansos Salvajes

No tienes que ser bueno.
No tienes que caminar sobre tus rodillas, arrepintiéndote,
durante cien millas a través del desierto.
Sólo tienes que permitir que el suave animal de tu cuerpo
ame aquello que ama
.

Cuéntame acerca de la desesperación, la tuya, y yo te contaré la mía.
Mientras tanto el mundo sigue girando.
Mientras tanto el sol y las transparentes esquirlas de lluvia
están moviéndose a través de los paisajes,
sobre las llanuras y los profundos bosques,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto los gansos salvajes, altos en el limpio aire azul,
están volviendo a casa otra vez.

Quienquiera que seas, no importa cuán solo estés,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como los gansos salvajes, chillones y emocionados,
una y otra vez anunciando tu lugar
en la familia de las cosas.

Dream Work. 1986.

Día de verano

¿Quién creó al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién dio forma al saltamontes?
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

House of light. 1990.

Poema del mundo único

Esta mañana,
la bella garza blanca
estaba flotando sobre el agua
y luego encaró el cielo de este
único mundo
al que todos pertenecemos,
donde todo,
tarde o temprano,
es parte de todo lo demás,
y eso me hizo sentir
por un momento
bastante bella también
.

A Thousand Mornings. Poems. 2012.

Bibliografía:

Oliver, Mary (2021). La escritura indómita. Madrid. Errata Naturae.

Oliver, Mary (2022). Horas de invierno. Madrid. Errata Naturae.

Oliver, Mary (2024). Nuestro mundo. Madrid. Comisura.

Oliver, Mary (2022). A Thousand Mornings (Mil mañanas). Granada. Valparaíso.

El arte de ver las cosas

Abril. Todos los días, en tu recorrido diario al trabajo, pasas por un descampado a las afueras de la ciudad. El entorno, semidegradado, no parece tener nada de especial… salvo que prestes un poco de atención. Este año, en una zona de vertidos procedentes de desmontes o de movimientos de tierra han decidido hacer su nido varias parejas de abejarucos.

En unos humildes rodales de olmo dispersos, apenas unos arbustos acompañados de zarzamoras y endrinos, cantan sin parar (por la mañana, al atardecer e incluso entrada la noche), desde mediados de mes, los ruiseñores.

El lugar adquiere de pronto un significado para el ser humano. ¿Cómo es posible que un entorno como este encierre tan inesperada belleza?

John Burroughs (1837-1921) trabajó durante casi una década como empleado del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, más tarde como profesor y finalmente como granjero, hasta que decidió abandonar Washington para instalarse en una cabaña en las montañas de Catskill (Estado de Nueva York) y dedicarse a escribir sobre la naturaleza. 

El texto que da título al libro trata sobre el arte de ver las cosas. Este arte, que debe cultivarse, comprende dos elementos que se enriquecen mutuamente: el primero, insustituible para Burroughs, es el sentimiento, la empatía, la relación amorosa con lo que observas. Requiere de sensibilidad y de un espíritu apreciativo. Esto proporciona un placer emocional. El segundo es el aspecto cognitivo, saber interpretar, el gozo de comprender, que aporta una satisfacción intelectual. En nuestra experiencia de la naturaleza nos movemos entre uno y otro, cada persona con acento propio, porque la experiencia es siempre singular. Saber no es todo. Es solo la mitad. Amar es la otra mitad. Lo que amamos lo hacemos bien.

Es difícil leer a Burroughs sin pensar en Henry David Thoreau, por otra parte uno de los mentores del autor y a quien dedica uno de los ensayos. Un Thoreau que se consideraba a sí mismo filósofo (natural) más que naturalista (al uso), y esto es así porque siempre buscó en la naturaleza energía y refugio para el corazón humano.

El arte de ver las cosas, es cierto, requiere de una predisposición inicial: no puede encontrarse lo que no se busca. No serás capaz de ver fuera lo que, de algún modo, no llevas ya dentro. Burroughs nos recuerda que:

Si pensamos en pájaros, veremos pájaros allá donde vayamos; si pensamos en puntas de flecha, como hacía Thoreau, recogeremos puntas de flecha en cualquier campo. El indio que había en él reconocía lo propio.

De los artículos seleccionados en esta edición hay uno que resulta verdaderamente conmovedor. Es el que lleva por título En busca del ruiseñor, donde el escritor, gran conocedor de las aves de norteamérica, nos cuenta sus aventuras y desvelos por encontrarse con el ruiseñor en un viaje realizado ex profeso por Escocia, norte de Inglaterra y entorno de Londres, durante la segunda mitad de mayo y primera de junio.

En ningún momento se me pasó por la cabeza que pudiera perderme uno de los mayores placeres que me había prometido a mí mismo al cruzar el Atlántico, a saber, escuchar el canto del ruiseñor.

Pero no le resultó nada fácil pillar al pájaro en sus maitines, escuchar su canto completo. Me lo perdí por unos pocos días. Si todas las personas a las que interrogó a cuenta de los ruiseñores hubiesen hablado entre ellas, habrían llegado a la conclusión de que había un estadounidense loco y obsesivo rondando cerca de sus casas.

Pequeñas aves con grandes voces. En total escuchó al ruiseñor en menos de cinco ocasiones y sólo unas pocas estrofas del canto, pero le bastó para sentirse complacido por la sorprendente calidad de su melodía.

Se comprende el entusiasmo del naturalista americano. Su emocionante empeño por escuchar al ruiseñor de Wordsworth: Oh ruiseñor, tu eres de ardiente corazón, esas notas tuyas… penetran y penetran, ¡tumultuosa armonía y fiereza! Al ruiseñor de Keats: Y perderme contigo en el bosque en penumbra …. ¿Era una visión o un sueño? Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido? Al ruiseñor de Coleridge: Como si sintiese miedo de que una noche de Abril fuera demasiado breve para permitirle cantar su canción de amor, ¡y descargar su alma entera de toda su música!

Será sin embargo en el ensayo Los cantos de las aves donde Burroughs aborde con detalle este aspecto. La apreciación de su belleza no siempre tiene que ver con lo elaborado de la pieza musical interpretada. Si no asociáramos nada a estos sonidos significarían muy poco para nosotros. Es su condición de signos de alegría y amor en la naturaleza, de pregoneros de la naturaleza y del espíritu de los bosques y de los campos, como si de un espíritu tutelar se tratara, lo que nos atrae.  No es solo lo armónico de la melodía, es la expresión de alegría y el éxtasis descargándose sobre nosotros desde las “puertas del cielo”.

A todo esto puede añadirse un significado más si la experiencia está tocada por la magia de los recuerdos.

En cierta ocasión, liberaron unas alondras en Long Island que lograron establecerse y podía escucharse su canto de vez en cuando. Un día de verano, un amigo mío estaba por allí observándolas; una alondra se elevaba y cantaba en el cielo por encima de él. Un anciano irlandés apareció y se quedó de repente paralizado, como si lo hubieran clavado al sitio, y una mezcla de gozo e incredulidad le invadió el rostro. ¿Estaba realmente escuchando el ave de su juventud? Se quitó el sombrero, miró hacia el cielo y con labios temblorosos y ojos llorosos se quedó un buen rato mirando al pájaro…

El canto de las aves precisa de todos sus complementos. El momento. El lugar. La clave está en la ocasión y el entorno, de cuyo espíritu se hace expresión.

Hay otros ensayos del libro que merecen comentario. En Los placeres del camino, encabezado por una cita de su amigo Walt Whitman (“A pie, con el corazón ligero, tomo el camino público”), el autor reivindica al per-agrare, al caminante, al que cruza los campos, a ser posible lejos del alcance de las ruedas. Viajará siempre ligero si lleva la alegría en su corazón: Tu corazón ha de proporcionar una música que al seguirle el compás los pies te lleven alrededor del globo sin darte cuenta.

En el que lleva por título Una perspectiva sobre la vida, John Burroughs nos presenta su recomendación para ser feliz: no albergar demasiadas expectativas, renunciar a combatir dragones y afrontar la vida en clave sencilla, en sintonía con las cosas comunes y universales, preferiblemente en contacto directo con las condiciones materiales de la vida.

¡Oh, compartir la gran vida soleada y dichosa de la Tierra, ser tan feliz como los pájaros! ¡Estar tan contento como el ganado en las colinas! ¡Como las hojas de los árboles que bailan y susurran al viento! (…) Prefiero estar al cuidado de unas cuantas cabezas de ganado que ser el guardián del sello de la nación.

Los ensayos aquí reunidos contienen igualmente reflexiones visionarias sobre el deterioro ambiental asociado al consumo de combustibles fósiles (Apartar el hierro de nuestras almas) o sobre la crueldad que acompaña al mundo de la caza (Las costumbres de los cazadores).

Especialmente sugerente es su idea de una verdadera espiritualidad, libre de la secular tiranía de los prejuicios religiosos :

No dejemos que por descuido o tedio se atenúen las maravillas y misterios entre los que vivimos, ni los esplendores ni las glorias. No necesitamos trasladarnos con la imaginación a ninguna otra esfera o condición existencial para encontrar lo maravilloso, lo sagrado (…) Comunicarnos con Dios es comunicarnos con nuestros propios corazones, nuestra mejor esencia (…) Este planeta es el único paraíso deseable del que tenemos conocimiento (…) Nos parece que el mundo es bueno para vivir porque estamos adaptados a él y no porque se haya hecho para nosotros (…) Si la naturaleza no es omnisciente ni misericordiosa desde nuestro punto de vista humano, lo cierto es que nos ha colocado en un lugar donde nuestra propia sabiduría y misericordia se pueden desarrollar.

Es el suyo un panteísmo que resume de forma concisa cuando afirma: Alegría en el universo y gran curiosidad por todo ello: esa ha sido mi religión.

Bibliografía:

Burroughs, John (2018). El arte de ver las cosas. Madrid. Errata Naturae.