Mary Oliver: «Soy una artista practicante. Practico la admiración»

Me afano en mi trabajo, como me gusta llamarlo, caprichoso y serio al mismo tiempo. Esto es, en caminar, en mirar las cosas, en escuchar y en escribir palabras en una libretita. Mary Oliver.

La poeta Mary Oliver (1935-2019) nació en Ohio, aunque vivió la gran parte de su vida en Provincetown, pueblo situado en la punta del Cabo Cod, Massachusetts.

En los últimos años se han publicado en nuestro país tres libros de Mary Oliver: La escritura indómita (Blue pastures), Horas de invierno (Winter Hours), y Nuestro mundo (Our world). Los dos primeros libros son una miscelánea de piezas cortas. Encontramos en ellos momentos de contemplación, caminatas solitarias por la naturaleza, opiniones sobre la creación literaria y confidencias personales. Todo ello en un lenguaje sencillo, cercano a la prosa poética, que cautiva por su expresión sincera. Nuestro mundo es un conjunto de retazos íntimos de la relación de pareja de la autora con la fotógrafa Molly Malone Cook.

Se han publicado asimismo ediciones bilingües (inglés-castellano) de los poemarios «Dog Songs», «Felicity» y «A Thousand Mornings».

Mary Oliver nos habla de la naturaleza que salva y de la literatura que salva. De la naturaleza como refugio y de la literatura como refugio. Y, con ello, de la vida que salvamos de la nada.

Nos cuenta cómo, siendo todavía una niña, lograba escapar del infierno que era su hogar. Salía del instituto hacia el bosque con una mochila llena de libros, a cuyos autores consideraba como un hermano, un tío, o el mejor de los maestros. Leía como debería nadar una persona: para salvar la vida. Y así escribía también.

Yo hallé pronto dos bendiciones: el mundo natural y el mundo de la escritura; es decir, la literatura. Estas fueron las puertas que yo franqueaba para escapar de aquellos momentos difíciles. En el primero de ellos, el mundo natural, me sentía en paz; la naturaleza estaba repleta de belleza, de interés y de misterio; también de buena o mala suerte, pero nunca de abuso. El segundo mundo, el mundo de la literatura, me ofrecía además del atractivo formal el apoyo de la empatía; me encarné de buen grado y con alegría en todos los personajes: otras personas, árboles, nubes… Porque ponerse en la piel de esa otredad –la belleza y el misterio del mundo, al aire libre del campo o en las profundidades de los libros- puede devolver la dignidad al corazón herido de la peor forma.

Acudimos a nuestros grandes poetas en busca de consejo, en busca de «un refugio contra el caos de nuestra propia experiencia». Whitman, Thoreau, Keats, Shelley, Wordsworth, Poe, Emerson, Leopold,… a ningún sitio voy, a ningún sitio llego, sin ellos.

El ser humano que no conoce la naturaleza es parcial y está herido.

El acercamiento de Mary Oliver a la naturaleza está presidido por un sentimiento de asombro y admiración. Se trata de prestar atención. Pero no de cualquier modo: con empatía. La atención sin sentimiento no es más que información. Sobre la dignidad que atribuye a la naturaleza leemos:

No pretendo hablar de la naturaleza como ornamento, por muy radiante que se muestre. No pretendo describir la naturaleza como algo útil para el ser humano, si esa posible utilidad despoja al objeto de su valor intrínseco. O incluso si lo minimiza .

[Cuando para referirnos a la naturaleza] utilizamos tales adjetivos –`bonito´,`fascinante´,`adorable´- confundimos la mirada, porque lo que así se percibe se ve despojado de algún modo de su dignidad, de autoridad. Si algo es `bonito´, es recreativo y sustituible. Las palabras nos guían y nosotros las seguimos: si algo es `bonito´ es diminuto, es inofensivo, es apresable, es domesticable, es nuestro. Craso error. A nuestros pies están los helechos: se alzaron salvajes y resueltos cuando la especie humana no existía y era del todo improbable que llegase a existir, en los aterradores márgenes de los primeros océanos innombrados e innombrables. Nos parecen bellos, delicados y fascinantes, y los trasladamos a nuestros jardines. Logramos así ponernos en el lugar de amo y señor (…) Con esa mirada se imposibilita una visión diferente de la naturaleza: la de un reino sagrado y complejo, a la vez que indomable, del que no somos más que una parte (…). Yo no sería soberana ni de una sola brizna de hierba, mientras pueda ser su hermana. Acerco mi rostro al lirio, que se alza por encima de la hierba, y lo saludo desde mi corazón. Tenemos el mismo hogar. Nuestra luz proviene del mismo farol. Todos somos  salvajes, audaces, asombrosos. Ni uno solo de nosotros es `bonito´.

Para Mary Oliver, poeta caminante, patrullera de humedales, la naturaleza no es solo un lugar de reposo y placer. Es también un templo donde se reafirma nuestra percepción del mundo como misterio, un misterio que conlleva otros privilegios aparte de los nuestros.

Su espiritualidad de carácter animista es sobre todo una actitud ante el mundo que la rodea. Una respuesta afectiva basada en el hermanamiento. Diría que existen mil vínculos inquebrantables entre cada uno de nosotros y todo lo demás, y que la dignidad y las posibilidades del conjunto son todo uno. La estrella más distante y el barro a nuestros pies son parientes; y no es ni decoroso ni juicioso honrar una única cosa o unas pocas cosas y luego cerrar la lista.

La misma metáfora de «templo» (o «campo verde») utiliza Oliver para referirse a la poesía. Un lugar al que se accede con respeto para sentir.

La poesía no es un milagro. Es un intento de expresar (ritualizar) los momentos individuales y las consecuencias trascendentales de esos momentos con una música útil para  todos (…) La poesía nació de la relación entre el ser humano terrenal y la tierra misma (…) En las colmenas y mazmorras de las ciudades la poesía no puede reconfortar, carece de peso, pues el pacto entre el mundo natural y los individuos se ha roto (…) No podría ser poeta sin la naturaleza. Otros, sí. Yo, no. La puerta al bosque es la puerta al templo (…) El ser humano que no conoce la naturaleza, que no camina bajo las hojas como bajo su propio techo, es parcial y está herido (…) Ningún poema trata sobre uno –o algunos de nosotros- sino sobre todos nosotros. Cada poema trata sobre mi vida, pero también sobre la tuya y sobre cien mil vidas que están aún por venir. Que lo escribiera alguna persona no es ni de lejos tan importante como el hecho de que nos pertenezca a todos. Y cada uno de nosotros aporta al movimiento de la pluma un mundo de ecos.  

La vida es oscuridad y luz. Y hay que reconciliar ambas para recibir el regalo completo. Mis poemas, como la vida misma, pueden contener terror, dolor o confusión, pero han de luchar en nombre del señor de la vida, y no de los dioses menores del egoísmo, el caos o la muerte.

¿Qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

Mary Oliver resume su idea de la literatura acudiendo a ese poema sobre la belleza, tantas veces analizado y reinterpretado, del poeta austriaco Rainer María Rilke, «Torso de Apolo arcaico». Nos encontramos ante la descripción literaria de una obra de arte, probablemente el “Torso juvenil de Mileto”, maltrecha pieza de la estatuaria griega expuesta en el museo del Louvre. El poema nos conduce a través de la emoción estética hacia cierto imperativo ético al concluir con un desconcertante e inesperado verso final: …porque aquí no hay/ un solo lugar que no te mire. Debes cambiar tu vida. Evidentemente no es una orden de Rilke al lector, sino una máxima que se engendra en el seno de la propia belleza y los destinatarios somos todos. En primer lugar, el propio autor.

También Shelley y Thoreau exclaman: «¡Cambia!, ¡cambia!». Sé valiente. No atribuyas a nadie ni a nada la responsabilidad sobre tu propia vida, afirma Mary Oliver. Para la poeta norteamericana la belleza ha de decirnos algo, ha de cobrar significado dentro de la vida de quien la observa, incitar a la reacción más que a la reflexión; ha de «cargar sobre nuestros hombros una tarea difícil pero ennoblecedora». El arte ha de interpelarnos, de implicarnos: La primera vez que viste la belleza -ese sueño, el vórtice humano de tu vida- ¿te detuviste, te quedaste inmóvil, respirando como un árbol? ¿Cambiaste tu vida?.

Se entienda como se entienda, como ideal de vida o como promesa de felicidad, toda obra de arte incorpora implícita esa advertencia: debes cambiar, acaso para hacernos dignos de la belleza que contemplamos, acaso para llevar un poco de esa belleza a nuestras propias vidas.

«Cada vez que llego a casa -cada vez-/ alguien allí me ama».

A veces pienso que, si estuviese hecha de una pasta un poquito más dura, me iría definitivamente al bosque -para dedicarme por completo a mi trabajo, a la soledad, a unos pocos amigos, a los libros, a mis perros, a todas las cosas apacibles, dispuesta a la meditación y a la laboriosidad-, aunque solo fuera para escapar de los descorazonadores sinsabores que provocan los espíritus mezquinos del mundo. Pero no tiene mucho sentido. Incluso la más solitaria de nosotras es sociable por costumbre y, de hecho, por compromiso con el más aguerrido de nuestros sueños, que es construir un mundo moral.

La intimidad que se reserva para uno es una cualidad del paraíso. Agracemos a Mary Oliver que nos haya dejado entrar un poquito en el que fuera el suyo. En Horas de invierno, libro que dedicó a Molly Malone Cook, leemos: Somos felices y somos afortunadas. Nos bastamos mutuamente: acompañamiento, intimidad, cariño, arrebato. Cada vez que oigo algo horrible, quiero taparle los oídos a M. Cada vez que veo algo bello y me da un vuelco el corazón, es a M. a quien corro a contárselo.

Y más tarde, con preocupación, apunta: Cuando mueren los protagonistas de tu vida ¿hay suplentes? o ¿Hay acaso otra cosa que suplencia? (…) Llegamos a aceptar la brevedad de nuestra propia vida; mas el amante que hay en el interior de todos nosotros, -la parte de nosotros que adora a otra persona-, ¡ah! eso es harina de otro costal…

«En los bosques de Blackwater», poema publicado por vez primera en 1983, había señalado certeramente:

Para vivir en este mundo necesitas que estas tres cosas
te sean posibles:
amar lo que morirá;
estrecharlo
contra tus huesos sabiendo
que tu vida misma depende de ello;
​y cuando llegue el momento de soltarlo,
soltarlo
.

Dos años después de la muerte de Cook en 2005, Oliver publicó Nuestro mundo; una recopilación de fotografías y anotaciones del diario de Molly, acompañada de recuerdos, textos breves en prosa y poesías. Un homenaje a quien fuera su pareja durante más de cuarenta años. Con una de las entradas del diario de Molly sobre su amada Mary concluimos esta reseña:

Mary acaba de volver con flores amarillas y con Luke empapado porque ha estado nadando en los lagos. Siempre le pregunto cómo le ha ido. ¿Qué significa eso, qué espero oír? Algo bueno, imagino. Pido noticias de seres humanos. Mary vuelve a casa con noticias de zorros, noticias de aves y de sus tiernos amigos los gansos Merlin y Dreamer, que de nuevo tendrán crías bajo su atenta mirada. ¿Cuántos años lleva observándolos? Los gansos van corriendo a su encuentro. Estas son las noticias de Mary.

Tres poemas:

Gansos Salvajes

No tienes que ser bueno.
No tienes que caminar sobre tus rodillas, arrepintiéndote,
durante cien millas a través del desierto.
Sólo tienes que permitir que el suave animal de tu cuerpo
ame aquello que ama
.

Cuéntame acerca de la desesperación, la tuya, y yo te contaré la mía.
Mientras tanto el mundo sigue girando.
Mientras tanto el sol y las transparentes esquirlas de lluvia
están moviéndose a través de los paisajes,
sobre las llanuras y los profundos bosques,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto los gansos salvajes, altos en el limpio aire azul,
están volviendo a casa otra vez.

Quienquiera que seas, no importa cuán solo estés,
el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como los gansos salvajes, chillones y emocionados,
una y otra vez anunciando tu lugar
en la familia de las cosas.

Dream Work. 1986.

Día de verano

¿Quién creó al mundo?
¿Quién hizo al cisne, y al oso negro?
¿Quién dio forma al saltamontes?
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué piensas hacer con tu única, salvaje y preciosa vida?

House of light. 1990.

Poema del mundo único

Esta mañana,
la bella garza blanca
estaba flotando sobre el agua
y luego encaró el cielo de este
único mundo
al que todos pertenecemos,
donde todo,
tarde o temprano,
es parte de todo lo demás,
y eso me hizo sentir
por un momento
bastante bella también
.

A Thousand Mornings. Poems. 2012.

Bibliografía:

Oliver, Mary (2021). La escritura indómita. Madrid. Errata Naturae.

Oliver, Mary (2022). Horas de invierno. Madrid. Errata Naturae.

Oliver, Mary (2024). Nuestro mundo. Madrid. Comisura.

Oliver, Mary (2022). A Thousand Mornings (Mil mañanas). Granada. Valparaíso.

El elogio de los pájaros de Giacomo Leopardi

Si una parte me dijeras
del gozo que tú conoces,
tal locura armoniosa
brotaría de mis labios,
que, como yo te escucho, el mundo escucharía.

A una alondra. Percy Bysshe Shelley.

El elogio de los pájaros, una de las cuatro piezas de este volumen, pertenece a las llamadas Operette morali, pequeños ensayos o diálogos que Giacomo Leopardi escribió entre 1823 y 1828. Puede considerarse un acercamiento a su filosofía de la naturaleza.

Este entrañable texto da comienzo con un paralelismo entre los libros (que el filósofo estudia) y los pájaros como elementos para el disfrute y la reflexión. Amelio deja por un momento a un lado sus lecturas y centra su atención en el canto de los pájaros. Esa presentación está cargada de significados. La reflexión sobre los pájaros puede tener contenido filosófico.

Principalmente: ¿es posible la felicidad humana? Porque a Amelio los pájaros se le presentan como las más alegres criaturas del mundo. Se trata evidentemente de una apreciación subjetiva del poeta. Lo que nos está diciendo es que, entre todos los animales, los pájaros son los que inspiran más alegría al hombre, aunque luego intente justificar esta afirmación con argumentos relativos a la propia naturaleza de estos animales. Acaso, como escribiera Jenofonte, las liebres bailen alegremente a la luz de la luna llena. El resto de los animales disfrutan la vida a su manera. Pero los pájaros exhiben en su comportamiento tal vivacidad y en su canto tal regocijo, que se convierten para el ser humano en paradigma o, según sus certeras palabras, en «aplauso perpetuo a la vida universal».

Desde luego, los pájaros no cantan para nuestra satisfacción. Incluso puede que no canten siempre por las razones que el poeta se imagina que cantan. Los sonidos del bosque no son para nosotros. La naturaleza no está ahí para hablarnos. Existió mucho antes que el ser humano y existirá mucho después. Nada de aquello que consideramos bello en la naturaleza ha sido hecho para darnos satisfacción. Pero el hombre puede, a través de su sensibilidad e inteligencia, dar a lo que observa un significado humano.

Las similitudes que establece entre el pájaro y el niño, la vivacidad y el disfrute del momento de ambos, merecerían una reflexión amplia.

Leopardi tiene muy presente que los ciclos de la naturaleza incluyen momentos de creación y momentos de destrucción. Es consciente del delicado oscilar entre maravilla y horror que sacude constantemente a quien contempla la naturaleza. Resulta emocionante pensar que fueron los pájaros, con su canto, los que le hicieron poner en duda, siquiera un instante, su pesimismo filosófico, cuando afirma en boca de Amelio que ellos «dan un testimonio constante, aunque falso, de la felicidad de la vida». ¿Cabe en un inciso mayor elogio?

Amelio, filósofo solitario, estando una mañana de primavera con sus libros, sentado a la sombra de una casa de campo suya y leyendo; estremecido por el trino de los pájaros en la campiña, poco a poco fue dedicándose a escucharlos y a meditar, hasta abandonar la lectura. Finalmente echó mano a la pluma y en aquel mismo lugar escribió las cosas que siguen.

Son los pájaros por naturaleza las más alegres criaturas del mundo. No me refiero al hecho de que verlos u oírlos sea siempre motivo de júbilo sino a ellos mismos, pues tienen más jovialidad y sienten mayor regocijo que cualquier otro animal (…)

Los pájaros por lo general se muestran en los movimientos y en el aspecto extremadamente alegres; y no de otra cosa procede su capacidad para alegrarnos al verlos, apariencia que no es de considerar vana y engañosa. Por cada goce y cada contento que tienen, cantan; y cuanto mayor es el goce o el contento, tanto más vigor y más esmero ponen en el cantar. Y como la mayor parte del tiempo están trinando, se deduce que, por lo general, están de buen humor y disfrutando.

Y si bien se ha notado que mientras están de amores cantan mejor y más a menudo, y más largo que nunca, no se puede creer sin embargo que al cantar no les muevan otros deleites y otros contentos aparte de estos del amor. Ya que se puede ver patentemente que en día sereno y plácido, cantan más que en los días oscuros o revueltos; y en la tempestad se callan, como cada vez que están atemorizados, para después reanudar los trinos y los juegos. Igualmente, se ve que suelen cantar por la mañana al despertarse; porque son movidos en parte  por el contento que tienen por el nuevo día, en parte por aquel placer que hay en general en cada animal al sentirse reparado por el sueño y fresco.

Se alegran asimismo en extremo con el alborozado verdor, los valles fértiles, las aguas puras y lucientes, o la belleza del paisaje. Prueba de que aquello que para nosotros es ameno y placentero, también lo es para ellos (…)

Sin duda fue notable previsión de la naturaleza el asignar a un mismo género de animales el canto y el vuelo: de modo que aquellos que tenían que recrear a los otros seres vivos con la voz, estuvieran por lo ordinario en lugares elevados; donde esta puede llegar más lejos al extenderse alrededor en un mayor espacio y alcanzar mayor número de oyentes. Y que el aire, que es un elemento destinado al sonido, fuese poblado de criaturas vocales y de músicas. Verdaderamente mucho agrado y placer nos produce y no menos, a mi parecer, a los otros animales que a los hombres, el escuchar el canto de los pájaros.

Y esto creo que nace principalmente no de la suavidad de los sonidos, por mucha que ella sea, ni de la variedad, ni de la armonía; sino del mensaje de alegría que transmiten por naturaleza el canto en general y el de los pájaros en particular. El cual es, como si dijéramos, una risa que el pájaro emite cuando siente estar bien y a gusto.

Para concluir con el trino de los pájaros, añado que ver o saber del gozo del prójimo, cuando no se le envidia, suele reconfortar o alegrar, por lo que es harto loable que la naturaleza haya dispuesto que el canto de los pájaros, que es expresión de júbilo y una suerte de risa, sea público, mientras que el canto y risa de los hombres, por respeto al resto del mundo, permanecen privados. Y sabiamente prescribió que el aire y la tierra estuvieran constelados de animales que con sus sonoros y solemnes gritos de alegría son un aplauso perpetuo a la vida universal e incitan a las demás criaturas al alborozo, dando un testimonio constante, aunque falso, de la dicha de las cosas.

Y si los pájaros son y se muestran más joviales que los demás animales es por una razón consistente. En primer lugar, no parecen ser víctimas del tedio; cambian de lugar constantemente, van de un país a otro sin importarles la distancia, pasan raudos y con admirable facilidad del suelo a las alturas, ven y sienten infinidad de cosas diferentes a lo largo de su existencia, mantienen el cuerpo en constante ejercicio y rebosan vida exterior (…) Incluso en el breve tiempo que permanecen en un mismo lugar, no paran quietos, van siempre de acá para allá, rondan, agachan la cabeza, se estiran, se sacuden y revolotean con vivacidad, agilidad y presteza indecibles. Por estas consideraciones parece que se podría afirmar que si naturalmente el estado ordinario de los demás animales, incluidos también los hombres, es la quietud; la de los pájaros, es el movimiento (…)

Los pájaros poseen en abundancia lo que en sí mismo favorece la jovialidad del alma sin lo dañino o penoso. Y su vida interior es tan rica como la exterior, mas de manera que esa abundancia les aporta provecho y deleite, como a los niños, y no aflicción y padecimientos, como suele suceder a los hombres.

Puesto que el pájaro y el niño son muy similares en lo que a agilidad y vivacidad se refiere, cabe pensar cabalmente que también se asemeja en las cualidades del alma. Si lo bueno de la infancia fuera común a las demás edades y lo malo de estas no superara lo bueno de aquella, quizás el hombre tendría algún motivo para soportar la vida pacientemente (…)

En suma, del mismo modo que Anacreonte anhelaba tornarse espejo para que su amada lo contemplase sin cesar, tornarse vestidura para ceñirla, aroma para ungirla, agua para lavarla, cinta para estrechar su pecho, collar para circundar su cuello o sandalia para calzar su pie, así desearía yo convertirme, al menos por un tiempo, en pájaro para sentir el júbilo y la alegría que ellos viven».

Bibliografía:

Leopardi, Giacomo (2016). Elogio de los pájaros, en Diálogo entre la Moda y la Muerte y otras Operette Morali. Madrid. Trama editorial.

El arte de ver las cosas

Abril. Todos los días, en tu recorrido diario al trabajo, pasas por un descampado a las afueras de la ciudad. El entorno, semidegradado, no parece tener nada de especial… salvo que prestes un poco de atención. Este año, en una zona de vertidos procedentes de desmontes o de movimientos de tierra han decidido hacer su nido varias parejas de abejarucos.

En unos humildes rodales de olmo dispersos, apenas unos arbustos acompañados de zarzamoras y endrinos, cantan sin parar (por la mañana, al atardecer e incluso entrada la noche), desde mediados de mes, los ruiseñores.

El lugar adquiere de pronto un significado para el ser humano. ¿Cómo es posible que un entorno como este encierre tan inesperada belleza?

John Burroughs (1837-1921) trabajó durante casi una década como empleado del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, más tarde como profesor y finalmente como granjero, hasta que decidió abandonar Washington para instalarse en una cabaña en las montañas de Catskill (Estado de Nueva York) y dedicarse a escribir sobre la naturaleza. 

El texto que da título al libro trata sobre el arte de ver las cosas. Este arte, que debe cultivarse, comprende dos elementos que se enriquecen mutuamente: el primero, insustituible para Burroughs, es el sentimiento, la empatía, la relación amorosa con lo que observas. Requiere de sensibilidad y de un espíritu apreciativo. Esto proporciona un placer emocional. El segundo es el aspecto cognitivo, saber interpretar, el gozo de comprender, que aporta una satisfacción intelectual. En nuestra experiencia de la naturaleza nos movemos entre uno y otro, cada persona con acento propio, porque la experiencia es siempre singular. Saber no es todo. Es solo la mitad. Amar es la otra mitad. Lo que amamos lo hacemos bien.

Es difícil leer a Burroughs sin pensar en Henry David Thoreau, por otra parte uno de los mentores del autor y a quien dedica uno de los ensayos. Un Thoreau que se consideraba a sí mismo filósofo (natural) más que naturalista (al uso), y esto es así porque siempre buscó en la naturaleza energía y refugio para el corazón humano.

El arte de ver las cosas, es cierto, requiere de una predisposición inicial: no puede encontrarse lo que no se busca. No serás capaz de ver fuera lo que, de algún modo, no llevas ya dentro. Burroughs nos recuerda que:

Si pensamos en pájaros, veremos pájaros allá donde vayamos; si pensamos en puntas de flecha, como hacía Thoreau, recogeremos puntas de flecha en cualquier campo. El indio que había en él reconocía lo propio.

De los artículos seleccionados en esta edición hay uno que resulta verdaderamente conmovedor. Es el que lleva por título En busca del ruiseñor, donde el escritor, gran conocedor de las aves de norteamérica, nos cuenta sus aventuras y desvelos por encontrarse con el ruiseñor en un viaje realizado ex profeso por Escocia, norte de Inglaterra y entorno de Londres, durante la segunda mitad de mayo y primera de junio.

En ningún momento se me pasó por la cabeza que pudiera perderme uno de los mayores placeres que me había prometido a mí mismo al cruzar el Atlántico, a saber, escuchar el canto del ruiseñor.

Pero no le resultó nada fácil pillar al pájaro en sus maitines, escuchar su canto completo. Me lo perdí por unos pocos días. Si todas las personas a las que interrogó a cuenta de los ruiseñores hubiesen hablado entre ellas, habrían llegado a la conclusión de que había un estadounidense loco y obsesivo rondando cerca de sus casas.

Pequeñas aves con grandes voces. En total escuchó al ruiseñor en menos de cinco ocasiones y sólo unas pocas estrofas del canto, pero le bastó para sentirse complacido por la sorprendente calidad de su melodía.

Se comprende el entusiasmo del naturalista americano. Su emocionante empeño por escuchar al ruiseñor de Wordsworth: Oh ruiseñor, tu eres de ardiente corazón, esas notas tuyas… penetran y penetran, ¡tumultuosa armonía y fiereza! Al ruiseñor de Keats: Y perderme contigo en el bosque en penumbra …. ¿Era una visión o un sueño? Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido? Al ruiseñor de Coleridge: Como si sintiese miedo de que una noche de Abril fuera demasiado breve para permitirle cantar su canción de amor, ¡y descargar su alma entera de toda su música!

Será sin embargo en el ensayo Los cantos de las aves donde Burroughs aborde con detalle este aspecto. La apreciación de su belleza no siempre tiene que ver con lo elaborado de la pieza musical interpretada. Si no asociáramos nada a estos sonidos significarían muy poco para nosotros. Es su condición de signos de alegría y amor en la naturaleza, de pregoneros de la naturaleza y del espíritu de los bosques y de los campos, como si de un espíritu tutelar se tratara, lo que nos atrae.  No es solo lo armónico de la melodía, es la expresión de alegría y el éxtasis descargándose sobre nosotros desde las “puertas del cielo”.

A todo esto puede añadirse un significado más si la experiencia está tocada por la magia de los recuerdos.

En cierta ocasión, liberaron unas alondras en Long Island que lograron establecerse y podía escucharse su canto de vez en cuando. Un día de verano, un amigo mío estaba por allí observándolas; una alondra se elevaba y cantaba en el cielo por encima de él. Un anciano irlandés apareció y se quedó de repente paralizado, como si lo hubieran clavado al sitio, y una mezcla de gozo e incredulidad le invadió el rostro. ¿Estaba realmente escuchando el ave de su juventud? Se quitó el sombrero, miró hacia el cielo y con labios temblorosos y ojos llorosos se quedó un buen rato mirando al pájaro…

El canto de las aves precisa de todos sus complementos. El momento. El lugar. La clave está en la ocasión y el entorno, de cuyo espíritu se hace expresión.

Hay otros ensayos del libro que merecen comentario. En Los placeres del camino, encabezado por una cita de su amigo Walt Whitman (“A pie, con el corazón ligero, tomo el camino público”), el autor reivindica al per-agrare, al caminante, al que cruza los campos, a ser posible lejos del alcance de las ruedas. Viajará siempre ligero si lleva la alegría en su corazón: Tu corazón ha de proporcionar una música que al seguirle el compás los pies te lleven alrededor del globo sin darte cuenta.

En el que lleva por título Una perspectiva sobre la vida, John Burroughs nos presenta su recomendación para ser feliz: no albergar demasiadas expectativas, renunciar a combatir dragones y afrontar la vida en clave sencilla, en sintonía con las cosas comunes y universales, preferiblemente en contacto directo con las condiciones materiales de la vida.

¡Oh, compartir la gran vida soleada y dichosa de la Tierra, ser tan feliz como los pájaros! ¡Estar tan contento como el ganado en las colinas! ¡Como las hojas de los árboles que bailan y susurran al viento! (…) Prefiero estar al cuidado de unas cuantas cabezas de ganado que ser el guardián del sello de la nación.

Los ensayos aquí reunidos contienen igualmente reflexiones visionarias sobre el deterioro ambiental asociado al consumo de combustibles fósiles (Apartar el hierro de nuestras almas) o sobre la crueldad que acompaña al mundo de la caza (Las costumbres de los cazadores).

Especialmente sugerente es su idea de una verdadera espiritualidad, libre de la secular tiranía de los prejuicios religiosos :

No dejemos que por descuido o tedio se atenúen las maravillas y misterios entre los que vivimos, ni los esplendores ni las glorias. No necesitamos trasladarnos con la imaginación a ninguna otra esfera o condición existencial para encontrar lo maravilloso, lo sagrado (…) Comunicarnos con Dios es comunicarnos con nuestros propios corazones, nuestra mejor esencia (…) Este planeta es el único paraíso deseable del que tenemos conocimiento (…) Nos parece que el mundo es bueno para vivir porque estamos adaptados a él y no porque se haya hecho para nosotros (…) Si la naturaleza no es omnisciente ni misericordiosa desde nuestro punto de vista humano, lo cierto es que nos ha colocado en un lugar donde nuestra propia sabiduría y misericordia se pueden desarrollar.

Es el suyo un panteísmo que resume de forma concisa cuando afirma: Alegría en el universo y gran curiosidad por todo ello: esa ha sido mi religión.

Bibliografía:

Burroughs, John (2018). El arte de ver las cosas. Madrid. Errata Naturae.

Horkheimer y su crítica de la razón instrumental: liberar de sus cadenas al pensamiento independiente.

José Andrés Martínez García

Horkheimer

Horkheimer recoge en su obra Eclipse of Reason (o “Crítica de la Razón instrumental”, título con el que aparece en su edición alemana) una serie de cinco conferencias impartidas en la Columbia University de Nueva York en marzo de 1944. En este trabajo se desarrollan algunos aspectos de la filosofía que en los últimos años de la segunda Guerra Mundial elaborara en colaboración con Theodor W. Adorno y cuya obra de referencia es la conocida Dialéctica de la Ilustración.

Horkheimer parte de la reconocida paradoja que supone el hecho de que “los avances en el ámbito de los medios técnicos se ven acompañados de un proceso de deshumanización. El progreso amenaza con destruir el objetivo que estaba llamado a realizar: la idea del hombre”;  para investigar a continuación “el concepto de racionalidad subyacente a la industria cultural de nuestro tiempo”. Su conclusión: “La denuncia de lo que hoy se llama razón es el mayor servicio que puede rendir la razón” .

Autocrítica de la razón.

Es preciso señalar que la crítica de Horkheimer lo es a la razón mutilada y reducida a razón instrumental. No es una crítica irracional: es una autocrítica de la razón. Su análisis contiene una crítica radical a la razón occidental en cuanto razón traspasada por una lógica de dominio que ha determinado su radical instrumentalización. Asombrosos medios técnicos, materiales y humanos, son puestos al servicio de finalidades absolutamente irracionales.

Por un lado, Horkheimer reconoce  que el afán de dominio es una enfermedad de la razón que no le ha sobrevenido en un momento histórico determinado, sino que le acompaña desde sus mismos orígenes: “La necesidad social de controlar la naturaleza ha condicionado siempre la estructura y las formas de pensamiento humano”. “De hablarse de una enfermedad que afecta a la razón, esta no debería ser entendida en el sentido de haber afectado a la razón en un momento histórico determinado, sino como inseparable de la esencia de la razón en la civilización, tal como la hemos conocido hasta la fecha. La enfermedad de la razón tiene sus raíces en su origen  (desde) la observación calculadora del mundo como presa por parte del primer hombre . Desde la época en que se convirtió en el instrumento del dominio de la naturaleza humana y extrahumana -esto es, desde los más tempranos comienzos- su intención propia, la de descubrir la verdad, se ha vista frustrada” 

Por otro, no deja de advertir que: “La razón forma parte por entero del proceso social al que está sujeta. Su valor operativo, el papel que juega en el dominio de los hombres y de la naturaleza, ha sido finalmente convertido en un criterio único”.

De este modo, el mal no estaría tanto en la razón instrumental o tecnológica como tal, sino en su hegemonía o “hipóstasis” sobre la “razón objetiva” (que atiende a la justeza de los fines y no solo a los medios).  De aquí que esta instrumentalización no sea un proceso fatal, sino un proceso histórico que puede -y debe- ser reorientado en cuanto los hombres tomen conciencia de ello.

Para Horkheimer la “crisis contemporánea de la razón” (que estalla en la Modernidad pero que se inicia en los orígenes mismos de la civilización occidental) está conduciendo a una progresiva formalización de la misma que la vacía de contenido, que la desubstancializa y la reduce a mera razón de los medios (razón funcional), divorciándola del mundo de los fines y valores.

Horkheimer reconoce y asume el proceso moderno de racionalización como “un proceso histórico necesario”, proceso que ha dado lugar a una legítima y positiva diferenciación y autonomización de esferas de la  racionalidad. Lo que hace es señalar que este proceso, por la lógica interna que lo impulsa, ha comportado al mismo tiempo un adelgazamiento de la razón que tiende amenazadoramente a su propia “autoliquidación”, que conduce a su reducción a “ancilla administrationis” , esclava del poder, y con ello a su sometimiento a la realidad social; en una palabra, a la muerte del pensamiento en su sentido más genuino: el cuestionamiento de lo existente, su cualidad “transcendedora o superadora”. Cierto que el pensamiento ha asumido ese papel de esclavo en otras ocasiones, como es el caso de aquella escolástica para la que la philosophia no era sino ancilla theologiae.

De ahí su posición en torno a la ciencia y al positivismo. Mientras apoya el ataque positivista a la reedición de ontologías anticuadas, resalta el hecho de que “la ciencia sólo puede ser entendida hoy si se la pone en relación con la sociedad para la que funciona”, puesto que se trata de “un elemento entre otros muchos dentro del proceso social”. Por ello, escribe: “La tecnocracia económica lo espera todo de la emancipación de los medios materiales de producción. Platón quería convertir a los filósofos en gobernantes; los tecnócratas quieren convertir a los ingenieros en vigías de la sociedad. El positivismo es tecnocracia filosófica” .

Crisis de la civilización y rebelión de la naturaleza.

Uno de los aspectos más destacables de su crítica es el hecho de situar el conflicto hombre-naturaleza en un primer plano. Este desplazamiento del centro de gravedad de su pensamiento, no significa de ninguna manera que el citado conflicto sea desligado en su análisis del modo de producción capitalista. Para Horkheimer: “El dominio de la naturaleza incluye el dominio sobre los hombres. Todo sujeto tiene que participar en el sojuzgamiento de la naturaleza, tanto humana como extrahumana. Y no sólo eso, sino que para conseguirlo tiene que sojuzgar la naturaleza que hay en el mismo”, de manera que “la historia de los esfuerzos del hombre por sojuzgar la naturaleza es también la historia del sojuzgamiento del hombre por el hombre”.

Merece la pena reproducir la cita extensamente:

“En otro tiempo el arte, la literatura y la filosofía aspiraban a expresar el significado de las cosas y de la vida, a ser la voz de cuanto está muerto, a prestar a la naturaleza un órgano para expresar sus padecimientos o, como cabría decir, para llamar a la realidad por su verdadero nombre. Hoy se ha privado del lenguaje a la naturaleza. Una vez se creyó que toda manifestación, toda palabra, todo grito, todo gesto tenía un significado interior; hoy se trata de un mero proceso. La historia del niño que, mirando al cielo, preguntó: -Papá, ¿de qué es un anuncio la luna?; es una alegoría de aquello en que ha venido a convertirse la relación entre hombre y naturaleza en la era de la razón formalizada. Por una parte la naturaleza se ve desprovista de todo valor intrínseco o sentido. Por otra, el hombre ha sido privado de todos los fines salvo el de autoconservación. Intenta transformar todo lo que tiene a su alcance en un medio para ese fin (…) El antigüo cazador con trampas no veía en las praderas y en las montañas sino la perspectiva de una buena caza; el hombre de negocios moderno ve en el paisaje  una oportunidad favorable para la instalación de anuncios de cigarrillos. Una noticia que apareció hace algunos años en los periódicos simboliza muy bien el destino de los animales en nuestro mundo. Informaba de que en África los aterrizajes de los aviones eran dificultados por las manadas de elefantes y de otros animales. Así pues, los animales son considerados solamente como obstáculos para el tráfico”.

Para Horkheimer la naturaleza es considerada hoy más que nunca como un mero instrumento de los hombres. Es  el objeto de una explotación total, que no conoce objetivo alguno puesto por la razón, y, por lo tanto ningún límite. “El dominio de la especie humana sobre la Tierra no tiene parangón alguno con aquellas épocas de la historia natural en las que otras especies animales representaban las formas más altas de evolución orgánica”  y la raíz de esta situación hay que buscarla “en la estructura de la sociedad” .

En esta situación el hombre debe enfrentarse a una nueva paradoja. El progresivo dominio del hombre sobre la naturaleza implica a la vez un progresivo sometimiento del hombre a la naturaleza. Formamos parte de la naturaleza. Dañarla implica dañarnos a nosotros mismos. La defensa de la Tierra es una autodefensa. La crisis ecológica global es el resultado final de este sometimiento («rebelión» de la naturaleza).

Por la misma razón, Horkheimer no deja de advertir del carácter problemático del concepto de “progreso”: “la teoría del progreso hipostasía directamente el ideal del dominio de la naturaleza” , “la elevación del progreso al rango de un ideal máximo prescinde del carácter contradictorio de todo progreso” , “el triunfo de la civilización (ha sido) demasiado completo como para ser verdadero”.

Este análisis no supone un rechazo ingenuo de la “razón tecnológica”, ni un romántico “retorno a la naturaleza”, por lo demás imposible, puesto que “en este reloj no cabe dar marcha atrás”. La emancipación a la que apunta se cumple más bien en la subordinación racional de esas fuerzas, de la ciencia y de la técnica a la realización de la justicia. Para Horkheimer ningún camino que abdique de la razón conduce fuera de la crisis: “Somos, en una palabra, para bien y para mal, los herederos de la ilustración y del progreso técnico. Oponerse a ellos mediante la regresión a estados primitivos no mitiga la crisis permanente que han traído consigo” .

La única salida es la “reconciliación” , por una parte, entre la razón subjetiva (instrumental) y la razón objetiva y, por otra, entre razón y naturaleza. Y el único modo de alcanzar esta reconciliación solidaria es “liberar de sus cadenas al pensamiento independiente” .

Bibliografía:

Horkheimer, M. (2002). Crítica de la razón instrumental. Madrid: Trotta.

Cómo citar el artículo:

Martínez García, J.A. (2015). Horkheimer y su crítica de la razón instrumental: liberar de sus cadenas al pensamiento independiente.  Criterios. León. Disponible en: http://wp.me/p5x5PF-P.