José Andrés Martínez García
El libro, de título original Letters to a Spiritual Seeker, recoge la correspondencia que el escritor trascendentalista norteamericano del siglo XIX Henry David Thoreau mantuvo con su amigo Harrison Gray Otis Blake. Blake era un maestro rural que, tras abandonar su carrera religiosa, se estableció en Worcester (estado de Massachusetts). Esta relación epistolar se alargó durante más de una década (de 1848 a 1861) y Blake acabaría heredando de Sophia Thoreau, hermana y albacea literaria de Henry, todos los volúmenes de su extenso diario.
Se conservan todas las cartas de Thoreau pero sólo la primera de las cartas de Blake, en la que éste le hace una confesión de la crisis personal en la que se encuentra: “En mitad de un mundo de actores bulliciosos y superficiales, es noble hacerse a un lado y decir: simplemente quiero ser”.
En un estilo caracterizado por la naturalidad, la sinceridad y el afecto, Thoreau aborda toda una serie de temas en los que va perfilando con sentencias memorables su credo personal, su visión del mundo.
En primer lugar, el escritor norteamericano subraya elocuentemente la responsabilidad que tenemos de vivir nuestra vida con plenitud: “No temo exagerar el valor y el significado de la vida, sino más bien no estar a la altura de la ocasión que la vida representa. Sentiría tener que recordar que yo estuve allí, pero que no advertí nada destacable (…) como visitar el Olimpo y quedarse dormido después de cenar, sin escuchar las conversaciones de los dioses” .
Este, un arte de saber vivir, es un aspecto esencial del pensamiento de Thoreau. En Walden, o la vida en los bosques, publicada en 1854, escribe: “Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando fuera a morir descubriera que no había vivido”. Deliberar significa discernir entre nuestras opciones. No podemos vivir sin elegir. La vida buena no es algo dado sino un logro.
Una vida sencilla.
Para ello, debe realizarse un cuestionamiento radical de nuestras metas. Con demasiada frecuencia malgastamos el tiempo en tareas y empresas que no nos aportan nada en el terreno del crecimiento personal. “Creo firmemente en la simplicidad. Es asombroso y triste ver cómo incluso los hombres más sabios pasan sus días ocupados en asuntos triviales que creen que han de atender, en detrimento de otros asuntos más importantes que creen su deber omitir. Cuando un matemático desea hallar la solución de un problema difícil, empieza por deshacerse de todas las dificultades de la ecuación, reduciéndola a sus términos más sencillos. Hagamos lo propio y simplifiquemos el problema de la existencia”.
De cada cual depende reorientar la vida en la dirección correcta y reconocer que es un acto de libertad individual el instrumento principal para transformar nuestra propia existencia. Debemos simplemente escucharnos a nosotros mismos. “Hay alguien dentro de nosotros que nos dice lo que debemos hacer. Sin embargo preguntamos afuera con la esperanza de que nos señalen un camino erróneo pero más sencillo. Haga lo que sabe que debe hacer”, le aconseja a Blake.
Thoreau cuestiona la ambición y la búsqueda de posición social que nos aleja cada vez más de la posibilidad de una realización plena como seres humanos. “Piense en la capa con la que nos cubre nuestro trabajo o posición, qué pocas veces los hombres se tratan los unos a los otros de forma desnuda y teniendo en cuenta lo que realmente son; cómo utilizamos y toleramos la pretensión (…) Quiero tan solo resaltar lo mucho que la posición social afecta a la conducta y la respetabilidad de las partes, y que la diferencia entre la capa del juez y la del criminal es insignificante, o sólo parcialmente significativa, comparada con la diferencia entre las cosas que sus respectivos rangos les procuran”.
¿Qué es lo que perseguimos en la vida? ¿A costa de qué? ¿Qué sacrificamos de lo mejor de nosotros mismos? Thoreau, en lo que representa un elemento central de su pensamiento, exclama: “¡Cómo nos demoramos en calmar el hambre y la sed de nuestra alma! De hecho, nuestra mentalidad práctica no nos permite utilizar esta palabra sin ruborizarnos por culpa de nuestra infidelidad, porque la hemos dejado en la inanición hasta convertirla en una sombra”. Para luego advertir que utiliza esta palabra (alma) “a falta de otra mejor”.
Para el escritor norteamericano el mundo descansa sobre principios. Debemos creerlos invencibles y mantener la confianza en ellos hasta convertirlos con valentía en el sol de nuestras vidas. “Aún no he tenido noticia de que el sol haya acabado tirado en medio de un charco de barro: aparece brillando honorablemente después de cada tormenta”. Sea cual sea el resultado final de nuestras luchas “¿quién que haya intentado el acto más simple de heroísmo, de magnanimidad, o buscado la verdad y la sinceridad, no halló algo que mereciese la pena? ¿Quién podría decir que ésta es una empresa vana?”.
Para Thoreau la amistad verdadera debe basarse en la sinceridad y la verdad, aún a riesgo de no complacer al otro. La amistad debe hacernos mejores. En las cartas se apela asimismo a la tan necesaria coherencia, a la correspondencia entre la vida exterior y la vida interior. El mundo no cambia con las opiniones sino con los ejemplos. Por eso le aconseja a su amigo que “si busca persuadir a alguien de que hace mal, actúe bien. Que no le importe si no lo convence. Los hombres creen en lo que ven. Consigamos que vean”. A pesar de lo cual hay que asumir que, aunque algunos hombres consigan vivir una vida virtuosa, habrá muchos que seguirán sin advertirlo.
Es conocido el desagrado que le producía a Henry la sociedad que le rodeaba y su renuencia a pertenecer a cualquier grupo, partido, iglesia o asociación. “Todos los médicos coinciden en que sufro falta de sociabilidad. Nunca hubo un caso como el mío. Primero, no tenía conciencia de sufrir. Segundo, como diría un irlandés, pensaba que sufría una indigestión de sociedad (…). En cuanto a la Parker House fui una vez, un día en que el círculo no se reunía, pero me pareció difícil ver a través del humo de los cigarros y los hombres se sentaban en sillones repartidos por el suelo de mármol, tan gordos como patas de tocino en un ahumadero (…). El único salón de Boston que visito sin dudarlo es la sala de espera de la Estación de Fitchburg (que une Boston y Concord) donde espero el ferrocarril que me sacará de la ciudad”.
Volver a la naturaleza.
“Subsisto gracias a algunos aromas silvestres que la naturaleza me regala”, confiesa en una de las cartas. Y leemos referencias continuas a lagos, bosques y montañas, algunas de cuyas cimas Thoreau escaló: la Presidential Range en las White Montains (Madison, Jefferson, Lafayette y Monte Wasshington), Ktaadn, Wachusett, etc. En noviembre de 1855 lleva a Blake en su barca por el río Assabet, que discurre próximo a Concord. Asimismo, en la correspondencia queda constancia de la última excursión que el escritor norteamericano realiza a los bosques de Maine en agosto de 1857. Estos bosques le impresionaron. En julio de 1858, junto a algunos amigos entre los que se encontraba Blake, lleva a cabo una ruta por las mencionadas White Mountains.
Thoreau señala que la naturaleza se encuentra libre de públicos selectos. “Ser admitido en el corazón de la naturaleza no cuesta nada. Nadie está excluido, excepto quien se excluye a sí mismo. Tan sólo ha de descorrer el visillo”.
En relación a la montaña, el escritor norteamericano construye y recrea una metáfora continua. Caminamos por senderos que no se sabe si son de bosque o de alma. “Es cuando volvemos a casa cuando realmente hemos coronado la montaña. ¿Qué nos dijo la montaña?”. “La humanidad está siempre caminando por una montaña”. «No debemos dejar de señalar hacia las cumbres, aunque la multitud no ascienda a ellas”. Es preciso “coronar nuestras montañas interiores”. La naturaleza se convierte así en fábula y mito de la experiencia interior del hombre.
No es por casualidad que Thoreau se refiera a Asnebumskit, la segunda montaña más alta del condado de Worcester, como “templo de la tierra”. A diferencia de los templos y lugares de culto religioso al uso, el escritor hace notar que “un templo era en la Antigüedad un lugar abierto y sin techo, cuyas paredes servían apenas para apartarse del resto del mundo y dirigir la mirada al cielo. En lugar de los lugares de reunión para el culto cerrados, es preferible la cumbre de una montaña donde tenemos por paredes la propia elevación del pensamiento”. “Los frutos y las plantas, regados con el rocío de las montañas que se reúnen aquí, son más memorables para mí que las últimas palabras que escuché en un púlpito”. Para concluir que lo sagrado, de existir, “se encuentra dentro y no fuera de nosotros”.
A Henry le gustaba vivir cerca de la naturaleza, pero siempre dentro del entorno civilizado que la pequeña villa de Concord representaba. Veneraba Concord, aunque eso no le impedía disfrutar de lugares lejanos en los que sabía reconocer la misma esencia de su patria natural. Al fin y al cabo “¿Dónde se encuentra la terra incognita sino en las empresas que no hemos intentado aún? Para un ánimo aventurero, cualquier lugar –Londres, Nueva York, Worcester, o su propio jardín- es un territorio virgen. Para un espíritu débil y derrotado, incluso la Gran Cuenca y la Estrella Polar son lugares triviales”. “¡Qué locos están quienes piensan que su El Dorado se encuentra en cualquier parte excepto allí donde viven!”. Un espíritu universal no necesita viajar por el mundo entero para descubrirlo.
Estupenda edición y traducción de un inédito epistolar del autor norteamericano. Thoreau en estado puro.
Bibliografía:
- Thoreau, H.D. (2012). Cartas a un buscador de sí mismo. Madrid: Errata Naturae.
- Casado da Rocha, A. (2005). Thoreau. Biografía esencial. Madrid: Acuarela.
Cómo citar el artículo:
Martínez García, J.A. (2015). Las cartas a Blake de Henry David Thoreau. Criterios. León. Disponible en: http://wp.me/p5x5PF-1u
Me has descubierto a Thoreau. Y me encanta: su amor a la Naturaleza, la búsqueda de la vida sencilla, el rechazo a los convencionalismos sociales… Pero, sobre todo, como dice en el título del libro, esa búsqueda de uno mismo. Un objetivo que debería dar sentido a nuestra existencia aunque rara vez lo hace. De ahí la importancia de su obra.
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