José Andrés Martínez García
El cuento, de título original The story of Ferdinand, fue escrito por el autor norteamericano de literatura infantil Munro Leaf en 1936. Leaf, que nació en 1905, estudió en las universidades de Maryland y Harvard y trabajó como escritor bajo el seudónimo de John Calvert. Ilustrado en blanco y negro en la edición original por su amigo Robert Lawson, texto y dibujos establecen una eficaz relación sinérgica donde lenguaje verbal y no verbal se complementan mutuamente.
Cabe preguntarse por qué el autor, siendo americano, eligió España para dar una lección de pacifismo y respeto al diferente. ¿Cuál era la intención del libro? La elección como hilo conductor de la controvertida fiesta taurina (una tradición secular sangrienta) realza el simbolismo que se desprende de la actitud no violenta de su personaje principal. Desde un enfoque didáctico y moralizante, la historia de Munro ofrece un modelo de comportamiento ante situaciones violentas, como fueron los conflictos bélicos de las grandes guerras mundiales o la guerra civil española.
No hay que olvidar, por lo tanto, el contexto histórico en que fue escrito, que explica la polémica que desencadenó su publicación: en España, en plena guerra, el cuento fue visto con desagrado por los militares golpistas al considerarlo una sátira en contra de la guerra; en la India, en cambio, Gandhi lo consideraría su libro preferido.
El éxito del librito fue notable, con decenas de traducciones a distintos idiomas. La factoría cinematográfica de Disney realizaría un cortometraje sobre Ferdinando que fue galardonado con un Oscar por la Academia de Hollywood en 1938.
Con un lenguaje cercano a los niños, un narrador omnisciente relata la historia en tercera persona. La narración se interrumpe con escasas incorporaciones de diálogos entre el protagonista y su madre (en estilo directo) y unas preguntas dirigidas al lector.
Acompañamos una traducción realizada a partir de la edición original en inglés:
La historia de Ferdinando.
Había una vez en España un torito de nombre Ferdinando. Los demás novillos que vivían con él corrían, brincaban y se daban topetazos, pero Ferdinando no lo hacía.
Le gustaba sentarse tranquilamente y oler las flores. Tenía un lugar preferido en la pradera, debajo de un alcornoque. Era su árbol favorito y el torito se pasaba el día a la sombra oliendo las flores.
A veces su madre, que era una vaca, se preocupaba por él. Temía que Ferdinando se sintiera solo. «¿Por qué no corres y juegas a saltar y darte topetazos con los otros toritos?», le decía. Pero Ferdinando negaba con la cabeza y respondía: «Prefiero quedarme aquí, donde puedo sentarme tranquilamente y oler las flores».
Su madre se dio cuenta de que él no se sentía solo y, como era una madre comprensiva, aunque era una vaca, dejó que se quedara allí sentado y fuera feliz.
Con el paso de los años, Ferdinando creció y creció hasta convertirse en un toro grande y fuerte. Todos los demás toros que habían crecido con él en la misma pradera se pasaban el día peleando entre ellos. Se embestían unos a otros y se daban cornadas. Lo que más deseaban era ser escogidos para pelear en las corridas de toros de Madrid. Pero Ferdinando no quería eso. Le seguía gustando sentarse tranquilamente bajo su alcornoque y oler las flores.
Un día llegaron cinco hombres con sombreros muy graciosos para escoger al toro más grande, más veloz y más bravo para las corridas de toros de Madrid.
Los demás toros corrieron de aquí para allá bufando y embistiendo, saltando y brincando, para que los hombres creyeran que eran muy fuertes y bravos y los escogieran. Ferdinando sabía que no lo iban a escoger y en realidad no le importaba. Así que fue a sentarse bajo la sombra de su alcornoque preferido. Pero no se fijó y en vez de sentarse sobre la agradable hierba fresca, se sentó sobre un abejorro.
¿Qué harías tú si fueras un abejorro y un toro se sentara sobre ti? Lo picarías, ¿verdad? Pues eso fue exactamente lo que este le hizo.
!Caramba! !Qué dolor! Ferdinando brincó y dio un bramido. Corrió en círculos resollando, resoplando, embistiendo y pateando la tierra como si estuviera loco.
Los cinco hombres lo vieron y gritaron de júbilo. Ese era el toro más grande y más bravo de todos. Era el mejor para las corridas de Madrid. Así que se lo llevaron en una carreta para el día de la corrida.
!Qué gran día! Las banderas ondeaban, la música sonaba…todas las bellas señoritas llevaban flores en el cabello. Todos entraron desfilando a la arena de la plaza de toros. Primero salieron los banderilleros, con unos palos puntiagudos adornados con cintas para pinchar al toro y enfurecerlo. Después salieron los picadores, montados en caballos muy flacos, llevando largas lanzas para picar al toro y enfurecerlo aún más. Luego salió el matador, el más arrogante de todos. Se creía muy apuesto y saludó a todas las señoritas. Llevaba una capa roja y una espada y era el que tenía que darle al toro la estocada final. Por último, salió el toro. ¿Y a que no adivináis quién era? Ferdinando.
Lo anunciaron como Ferdinando el Bravo. Todos los banderilleros y picadores estaban asustados y el matador se quedó paralizado de miedo. Ferdinando corrió al centro de la plaza y todos gritaron y aplaudieron porque pensaban que iba a pelear ferozmente, resoplar y embestir a todo el mundo. Pero Ferdinando no lo hizo.
Cuando llegó al centro de la plaza y vio las flores en el pelo de todas las preciosas señoritas, lo único que hizo fue sentarse y olerlas tranquilamente. Por más que lo provocaron, no quiso embestir ni dar cornadas. Se quedó sentado oliendo las flores.
Los banderilleros estaban furiosos y los picadores estaban aún más furiosos. El matador estaba tan enfadado que se puso a llorar porque no podía lucirse con su capa y espada. Así que no les quedó más remedio que llevar a Ferdinando de regreso a casa. Y según cuentan, allí está todavía, debajo de su alcornoque preferido, oliendo las flores tranquilamente.
Él es muy feliz.
En castellano hay que mencionar las sucesivas reediciones de la editorial Lóguez (con el título de Ferdinando), que incluyen bellos dibujos a color de Werner Klemke, destacado ilustrador alemán. Utiliza colores básicos (rojo, amarillo, verde…) tanto del campo como de los personajes, de forma colorista y un tanto ingenua.
Además, existe una estupenda adaptación teatral (El toro Ferdinando) de la editorial leonesa Everest, a cargo de José Cañas Torregrosa, especialista en expresión dramática infantil, que ilustra Ángeles Peinador. Esta edición es muy apropiada para su uso en el ámbito educativo.
¿Cuáles son las enseñanzas que pueden extraerse de la historia que se nos cuenta? Mencionemos solo algunas.
El cuento desmitifica el mundo de los toros, mostrándolo (con un humor sutil) bajo un prisma donde los distintos actores aparecen ridiculizados por su arrogancia y pretensión. Se trata de reflexionar sobre lo que hay detrás de determinadas costumbres o tradiciones (los toros son solo una de ellas).
El narrador adopta el punto de vista del protagonista (el toro) y lo hace ensalzando una serie de valores como son: la no violencia, la sensibilidad, el derecho a la diferencia y a la propia personalidad.
Parece lógico que se reivindique esa no violencia en torno a un acontecimiento (las corridas de toros) donde esta se ejerce por diversión y, por lo tanto, de forma gratuita.
A Ferdinando no le gusta pelear. Le gusta la tranquilidad y oler las flores. Es un toro sensible. Sabe disfrutar, a diferencia de los otros toros, de la belleza del paisaje y de las flores. Es sensible pero eso no le impide mostrar su fuerza cuando es picado por el abejorro. Sensibilidad no significa debilidad.
Lo que más desean los toros es ser escogidos para las corridas de Madrid. El humorista argentino Carlos Warnes (más conocido por César Bruto), inventó una cita memorable: «Si razona el caballo, se acabó la equitación». Significa que si el caballo pensara un poco se daría cuenta de que está siendo explotado por el jinete y se desharía de él rápidamente, pues en realidad es mucho más fuerte. De forma similar, en la sociedad, solo la ignorancia de las víctimas explica muchos de los abusos perpetrados por los verdugos.
Nuestro protagonista se salva de una muerte segura en la plaza precisamente por ser como es. Lo que recuerda aquella enseñanza del viejo maestro (Lao-Tsé): «Cuando los discípulos fueron a donde estaban los leñadores preguntaron: ¿Por qué no habéis talado este árbol? Los leñadores contestaron: Porque ese árbol no sirve para nada. Si queréis sobrevivir en este mundo habréis de ser completamente inútiles (para el hombre, para los demás). Así nadie os hará daño». Afortunadamente este toro es inútil a los fines e intereses humanos.
Ferdinando es diferente pero, a pesar de ello (en realidad, precisamente por ello), es feliz. Por eso su madre lo acepta tal como es. De hecho, el cuento termina con un «Él es muy feliz» porque lo que se reivindica es el derecho a seguir el propio camino.
Hay que decir que, aunque el libro haya sido escrito hace tantos años, mantiene vivo todo su interés. El mensaje de paz, tolerancia y exaltación de la diferencia conserva toda su frescura. En resumen, nos encontramos ante un verdadero clásico infantil que continúa deleitando a todo tipo de lectores (niños y adultos).
Bibliografía:
Leaf, M. The Story of Ferdinand (llustrated by Robert Lawson).
https://es.scribd.com/doc/259366046/the-story-of-Ferdinand-pdf
Para citar el artículo:
Martínez García, J.A. (2015). La historia del toro Ferdinando. Criterios. León. Disponible en: http://xurl.es/5a7kl.