José Andrés Martínez García
«No me sorprendería que la poesía –en su más amplio sentido- explicara mejor cómo funciona el mundo. El mundo no entiende de lógica, es una canción». David Byrne.
Alejado de las guías turísticas convencionales, los Diarios de Bicicleta de David Byrne (músico escocés, nacionalizado estadounidense, fundador de la banda Talking Heads) son un conjunto de reflexiones sobre la vida urbana con un hilo conductor principal. El autor recorre en bicicleta una serie de ciudades: Berlín, Estambul, Buenos Aires, Manila, Sidney, Londres, así como diversas ciudades norteamericanas, convirtiendo este vehículo en ventana panorámica de la sociedad.
Byrne acostumbra a pedalear casi diariamente hasta su oficina en Manhattan. Sigue una ruta que empieza en la Calle Veintitrés, por un carril exclusivo para ciclistas al lado del río Hudson y que acaba en la avenida de Broadway. En sus viajes utiliza una bicicleta plegable de tamaño normal, bici que guarda en una maleta grande con ruedas que factura como segunda pieza de equipaje. “Descubrí las bicicletas plegables y, como mi trabajo y mi curiosidad me hacían viajar a diferentes partes del mundo, solía llevarme una” […] “Corretear de un sitio a otro en bicicleta era sorprendentemente rápido y eficaz” […] “Ir en bicicleta unas cuantas horas al día –o incluso solamente de casa al trabajo y viceversa- me ayuda a mantener la cordura”.
Para David Byrne las calles deberían ser tomadas por las bicicletas como una forma de evitar el descalabro ecológico que afecta a las grandes ciudades del mundo.
En el siglo XX el coche fue un medio de locomoción subvencionado a gran escala. Las carreteras que llegan hasta las pequeñas poblaciones de EEUU, en muchos casos en zonas remotas, no fueron construidas precisamente por General Motors o Ford. Ni por Mobil o Esso. Estas empresas se beneficiaron de fondos públicos mientras se permitió que las vías de tren decayeran. Hoy en día, en la mayoría de las ciudades, la vida, el urbanismo, los presupuestos y el tiempo giran en torno al automóvil.
No es justo esperar que los chinos y los hindúes sean más prudentes con su rastro de carbono y polución de lo que somos en Occidente. El hecho es que, si se acercan a nuestros niveles de uso del automóvil y de consumo de combustible fósil, el planeta será insostenible.
En esta era de total dependencia de los combustibles fósiles y de cambio climático, las lecciones de historia de Jarred Diamond (Byrne cita su obra Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen) tienen una resonancia amenazadora. Así pues, aunque nos guste pensar que no podemos ser tan estúpidos como para encaminarnos directamente hacia la autodestrucción –con todos los medios para la supervivencia justo delante de nuestras narices–, podemos hacerlo.
No obstante, el autor reconoce que su principal motivación personal, a la hora de utilizar la bicicleta como medio de transporte, es el sentimiento de libertad que le produce. “No voy en bicicleta a todos lados porque sea ecológico o digno de elogio. Lo hago básicamente por la libertad y el placer que me produce […] Ya en plena cincuentena puedo asegurar que usar la bicicleta como medio de desplazamiento no es solo cosa de jóvenes o deportistas. No hace falta traje de licra y, a menos que sea esa la intención, ir en bici no resulta necesariamente agotador. El más convincente de todos los argumentos es ese sentimiento de libertad, la sensación de liberación física y sicológica que se experimenta. Ver las cosas desde un punto de vista cercano a los peatones, moverse por ahí sin sentirse totalmente divorciado de la vida de la calle. Es un puro placer”.
El líder de Talking Heads, director de cine ocasional, artista multimedia, comisario de exposiciones, escritor y fotógrafo, reflexiona sobre el arte contemporáneo, la música, la vida urbana y ¡cómo no! la bicicleta, un vehículo que permite conocer las ciudades sin perder de vista lo que de humano tienen. Byrne se hace numerosas preguntas. Sobra decir que no siempre hay que estar de acuerdo con sus respuestas.
Con particular sentido del humor y evidente propósito de crítica social, se nos presenta una serie de postales urbanas donde los comentarios acerca de carriles bici, edificios monstruosos o grandes concentraciones de población nos llevan a reflexionar en torno al tipo de personas en que nos convierten estos lugares. ¿Cambia nuestra conducta creadora, social y cívica según el lugar donde vivimos? Byrne opina que sí.
Acaso las ciudades sean manifestaciones físicas de nuestros valores y creencias y de nuestros pensamientos, muchas veces inconscientes, como animales sociales que somos. David Byrne nos habla de los cambios radicales que están sufriendo algunas ciudades, de estrategias urbanizadoras fracasadas y de reubicaciones forzosas disfrazadas de renovación urbana. Nos habla de cómo se levantan por doquier edificios de hormigón y cristal prácticamente idénticos. Algunos suben tan rápido que uno se pregunta si la velocidad de su construcción no será para poder acabarlos antes de que alguien ponga objeciones. Nos habla de barrios codiciados por promotoras inmobiliarias y amenazados de demolición.
Las diferentes partes de las grandes ciudades suelen estar conectadas mediante imponentes corredores de hormigón que aniquilan los vecindarios por los que pasan, de manera que no siempre resulta fácil desplazarse de un punto a otro siguiendo el trazado de las calles.
La creciente segregación social por barrios tiende a disminuir la mezcla de diferentes tipos de gente –artistas, profesionales y clase trabajadora-, lo cual, a juicio del autor, acaba resultando perjudicial para la creatividad. Creatividad de cualquier clase. Para Byrne: “la creatividad coge impulso cuando la gente se relaciona, cuando coincide en bares y cafés y se crea cierta sensación de comunidad”.
Este «flâneur sobre dos ruedas» no oculta su simpatía por los outsiders en el mundo del arte. La capacidad para desenvolverse en sociedad es una cualidad útil pero ciertamente no puede ser un criterio por el cual juzgar el trabajo creativo. Como señala, muchas de las grandes obras de la antigüedad que hoy se consideran clásicos fueron producidas por artistas que podían considerarse unos completos inadaptados sociales. Evidentemente esa falta de “destrezas” sociales sitúa a los outsiders en desventaja a la hora de ingresar en los respectivos “clubs de arte”. El artista profesional requiere de maniobras muy elaboradas. Hay que dominar el protocolo y disimular el comerciante que uno lleva dentro.
Aun cuando en uno de los capítulos se refiere a la ciudad de Nueva York, en la que vive, su voz es la de quien no termina de pertenecer al lugar. Quizás por ese cosmopolitismo tan neoyorquino.
La parte final del libro contiene una serie de interesantes consejos para ciclistas urbanos y un epílogo sobre el futuro de la movilidad; así como los diseños de aparcabicis dibujados por el propio Byrne e instalados en diferentes lugares de Nueva York.
Recomendable libro de viajes, también de viajes interiores, en el que la bicicleta es el vehículo conductor.
(Nueva York)
En Nueva York voy en bicicleta casi a diario. Cada vez es menos peligroso, pero tengo que ir con bastante cuidado al circular por las calles, a diferencia de cuando pedaleo por el carril bici del río Hudson o por otros caminos protegidos. En años recientes se han añadido un montón de carriles bici… Nunca ha habido tantos neoyorquinos que vayan en bicicleta. Y no solo los mensajeros. De manera muy significativa, muchos de los jóvenes más puestos y enrollados ya no parecen desdeñar la bicicleta como algo rancio, que era exactamente lo que pasaba cuando empecé a pedalear por la ciudad a finales de los años setenta y principios de los ochenta… Los neoyorquinos están en la fase de que, si se les diera la oportunidad, podrían considerar la bicicleta como un medio de transporte válido… A pesar de que el casco siempre es una buena idea, llevarlo implica que ir en bicicleta es peligroso, lo cual a menudo es cierto en urbes como Nueva York o Londres. Pero en otras ciudades como Amsterdam, Copenhague, Berlín y Reggio Emilia en Italia, los carriles bici son tan seguros que los ciclistas no sienten la necesidad de protegerse. En esos lugares, niños, jóvenes creativos, hombres de negocios, gente mayor, tienen tendencia a pedalear erguidos con aspecto elegante… Es una actitud muy diferente a la de Nueva York, siempre con la cabeza baja, como a punto de entrar en batalla.
Cuando me siento optimista, pienso que la alegría, la libertad y la comodidad que experimento circulando en bicicleta serán descubiertas cada vez por más gente. Dejarán de ser un secreto y las calles de Nueva York se convertirán aún en mayor medida en el lugar de relación e interacción sociales que las ha hecho célebres.
(San Francisco)
La bicicleta plegable que he traído me vendrá muy bien. San Francisco es filosófica y políticamente acogedora con las bicicletas, pero no geográficamente: las famosas colinas hacen que uno se lo piense muy bien antes de emprender ciertos paseos por la ciudad, aunque el núcleo urbano en sí está bastante concentrado, como Manhattan o una ciudad europea. La organización ciclista local ha publicado un estupendo mapa que muestra, mediante la intensidad de la gama de rojo, la inclinación de las calles. Una calle de tono rosa claro es una cuesta suave, pero una calle en rojo oscuro es una pendiente considerable que hay que evitar a menos que seas masoquista. Afortunadamente, este mapa permite planear de un vistazo un paseo que eluda las colinas.
(Berlín)
Paseo en bicicleta por los carriles bici de Berlín, donde todo parece muy civilizado, agradable y avanzado. Ningún coche aparca o circula por los carriles reservados para bicicletas y los ciclistas tampoco transitan por el centro de la calle o por las aceras. Hay pequeños semáforos para los ciclistas, ¡incluso señales para girar! Los ciclistas suelen girar unos segundos antes que el resto del tráfico para poder apartarse y no entorpecer la marcha. No hace falta decir que los ciclistas respetan estos semáforos. ¡Y los peatones tampoco andan por el carril bici! Me siento bastante impactado ante lo bien que funciona todo. ¿Por qué no puede ser así donde yo vivo?
Pedaleo, muy apropiadamente, por la asombrosa Karl Marx Allee, una especie de versión de inspiración soviética de los Champs Élysées o de la Avenida 9 de julio de Buenos Aires, o quizá de la Park Avenue de Nueva York. Pero este bulevar es incluso más ancho y grandioso que muchos de aquellos.
(Estambul)
¿Ir en bicicleta por Estambul? ¿Estás loco? Sí… y no. El tráfico es bastante caótico y hay unas cuantas colinas, pero en años recientes las calles han llegado a sufrir tal congestión que puedo circular en bicicleta por el centro –durante el día por lo menos- más rápidamente de lo que lo haría en coche. Como en muchas ciudades, soy prácticamente el único que va en bici. Una vez más, sospecho que la razón principal es una cuestión de estatus: en muchos países circular en bicicleta es signo de pobreza.
Los minaretes de las mezquitas me sirven de útiles puntos de referencia. Adoro esta ciudad. Me encanta su emplazamiento físico: limitada por el mar, desperdigada entre tres masas continentales, en una de las cuales empieza Asia. Su modo de vida, que parece mediterráneo, cosmopolita y a la vez teñido por la extensa historia de Oriente Próximo, resulta embriagador. Circulo principalmente por las muchas vías que corren junto al Bósforo y al mar de Mármara, evitando así las colinas interiores.
(Buenos Aires).
La ciudad, situada en el terreno aluvial del Río de la Plata, es bastante llana, lo cual sumado a su clima templado y sus calles más o menos ordenadas en cuadrícula, la hacen perfecta para moverse en bicicleta. Aún así, podría contar con los dedos de una mano el número de gente del lugar que vi circulando en bicicleta. ¿Por qué? ¿Llegaré a descubrir por qué nadie se mueve en bici por esta ciudad? […] ¿Es por lo temerario del tráfico, por el elevado número de robos, por lo barato de la gasolina y porque el coche es un símbolo imprescindible de estatus? […]. No digo que ir en bicicleta sea una cuestión de supervivencia –aunque puede ser una parte importante de cómo podamos sobrevivir en el futuro–, pero aquí en Buenos Aires parece una forma tan sensata de desplazarse que la única explicación que se me ocurre de que nadie pedalee por las calles es cierta aversión cultural.
(Manila)
Conseguí unos cuantos contactos en Manila a través de amigos o conocidos de Nueva York y a algunos les pregunté si creían que era una locura llevarme una bicicleta para moverme por la ciudad. Unos pensaron que estaba pirado o que padecía una obsesión, pero unos pocos contestaron: ¿por qué no? Las calles están abarrotadas y son un caos, pero se puede intentar. Añadí mi bici plegable de montaña al equipaje y, tras un largo vuelo, miré por la ventanilla del avión y vi Manila y la bahía que la rodea; y me pregunté en qué lío me había metido.
(Sidney)
Como sitio para desplazarse en bicicleta, las ciudades australianas son mejores que la mayoría. Sidney resulta un poco dura para el ciclista –su geografía y las concurridas arterias que enlazan los diferentes vecindarios no la hacen demasiado acogedora- pero Melbourne, Perth y Adelaida me resultan más manejables. El clima, mediterráneo, roza la perfección y esas ciudades, aunque bastante extensas, no son nada comparadas con las de EEUU, de manera que uno puede desplazarse de una punta a otra en un lapso de tiempo razonable. Hay caminos para bicicletas a lo largo de los ríos que atraviesan muchas ciudades; unos senderos que suelen llegar hasta el mar y que cada vez son más abundantes.
(Londres)
De vuelta al hotel pedaleo por Hyde Park. El sol brilla resplandeciente, cosa rara en esta ciudad. Se ve a mucha gente paseando con lo que me imagino que son perros de clase alta. Solo se ven unas pocas razas: setters irlandeses de pelaje rubio, terriers escoceses y algún que otro galgo inglés. La presencia de otros miembros del mundo canino es prácticamente inexistente. Lo mismo ocurre con la gente: parece que solo una raza muy exclusiva disfruta del parque.
Paso junto a lo que presumo es una señora de clase alta con sus hijos. Ella luce sus mejores galas: chaqueta verde de caza, pantalones beige y botas Wellington. ¿Estará pensando en cruzar el parque a campo través? ¿Buscará un pedacito de suelo especialmente blando, aquí en Hyde Park, para vadearlo con sus Wellington? ¿O acaso pretende cazar con escopeta algunos patos o cisnes? Sus hijos van vestidos de forma parecida, con ropa para la “vida campestre”. Versiones en miniatura de su mamá. Es maravilloso que, estando en el centro de una de las mayores urbes del mundo, puedan imaginarse que se encuentran el las Highlands escocesas. Bueno, en realidad no: es de sobra sabido que aquí, más que en ningún otro lugar, el atuendo es un indicador de la clase a la que perteneces.
(El regreso)
Más tarde, por la noche, desmonto la bicicleta en la habitación del hotel. El sillín, el manillar y las ruedas se desprenden y se acomodan en una maleta grande. Ha llegado el momento de volver a casa, a Nueva York. A veces, al personal de los hoteles no les gusta que suba la bici al a habitación, pero como esta llega escondida en su maleta, nadie sabe que estoy aquí arriba con una llave Allen y unos guantes de goma para no llenarme de grasa las manos, montando –o, en este caso, desmontando- mi medio de transporte.
En el avión cojo un ejemplar de Newsweek y me doy cuenta inmediatamente de lo tendenciosos, parciales y sesgados que llegan a ser todos los artículos de las revistas norteamericanas… Al llegar, lo primero que adviertes en los pasillos del aeropuerto son los anuncios y las hileras de televisores donde las noticias de CNN o Fox News se suceden constantemente. El bombardeo de propaganda empieza desde el mismo momento en que uno baja del avión: no queda más remedio que dejarse inundar por ella.
Bibliografía:
- Byrne, David (2013). Diarios de bicicleta. Barcelona: Mondadori.
Cómo citar el artículo:
Martínez García, J.A. (2015). Los Diarios de bicicleta de David Byrne. Criterios. León. Disponible en: http://wp.me/p5x5PF-5l
Un tipo interesante este Byrne. Con inquietudes diversas… La bicicleta pude ser la mejor forma de conocer muchas ciudades. Buena reseña. El libro lo merece.
Me gustaMe gusta
Conocí al autor hace muy poco tiempo. Desde el principio me gustó la claridad y sencillez con que describe el entorno por el que transita habitualmente, las ciudades que visita y las gentes que se cruzan en su camino; todo ello aderezado con un humor sutil e inteligente. Después de leer el libro, me han entrado unas ganas enormes de subirme a una bici y pedalear…
Me gustaMe gusta