Otro día que acaba. Sin cielo. Sin horizonte. ¿El destino era esto? Dejar que la vida transcurra, gotee simplemente, como un aceite rancio; y, lo que es peor, sin decirse la verdad a uno mismo, sin asustarse, porque nadie quiere pensar que se ha nacido para esto. Lo cuenta Mario Benedetti en sus Poemas de la oficina. Lo contaba Gloria Fuertes: Luego me salió una oficina…
Pobre Bartleby. No lo hagas. Ya es suficiente. Pobre Gregorio Samsa. Su caso no es único. Simplemente no nos miramos bien al espejo todas las mañanas. Reconozcámoslo.
¿Para ganarse la vida hay que perderla? Thoreau escribe en Walden: La mayoría de los hombres llevan vidas de tranquila desesperación. Más tarde advierte: el coste de una cosa es la cantidad de lo que llamaré vida que ha de cambiarse por ella, de inmediato o a largo plazo.
El cielo de veras, que no es este de ahora,
el cielo de cuando me jubile…
yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles…
tal vez un poco viejo para andar en la arena.
Ese cielo habrá llegado demasiado tarde.
Quién me iba a decir que el destino era esto.
Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen prohombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.
Aquí no hay cielo,
aquí no hoy horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.
Bibliografía:
Benedetti, Mario (2020). Poemas de la oficina. Madrid. Visor.
