Todo lo que es hermoso tiene su instante, y pasa
El poema, incluido en la obra Como quien espera el alba, se ha considerado un canto a la ciudad romana de Itálica (Santiponce, Sevilla). Recuerda el «Ozymandias» de Shelley. En este contexto de «ruinas», Cernuda presenta algunas de las mejores estrofas que se hayan escrito sobre la fugacidad de los buenos momentos, sobre la fugacidad de la belleza y sobre la condición humana misma. A pesar del tema abordado, el poema no por ello deja de ser una serena pero rotunda celebración de la vida. Frente a la pretendida inmortalidad de la piedra, afán de llenar lo que es efímero de eternidad, Cernuda contrapone el valor del instante vivido, ese olor de azahar en plazuela a la tarde, que expresara en otro de sus inolvidables poemas, Lo más frágil es lo que dura.
Tu vida, lo mismo que la flor, ¿es menos bella acaso
porque crezca y se abra en brazos de la muerte?
Silencio y soledad nutren la hierba
Creciendo oscura y fuerte entre ruinas,
Mientras la golondrina con grito enajenado
Va por el aire vasto, y bajo el viento
Las hojas en las ramas tiemblan vagas
Como al roce de cuerpos invisibles.Puro, de plata nebulosa, ya levanta
El agudo creciente de la luna
Vertiendo por el campo paz amiga,
Y en esta luz incierta las ruinas de mármol
Son construcciones bellas, musicales,
Que el sueño completó.Esto es el hombre. Mira
Las avenidas de tumbas y cipreses, y las calles
Llevando al corazón de la gran plaza
Abierta a un horizonte de colinas:
Todo está igual, aunque una sombra sea
De lo que fue hace siglos, mas sin gente.Levanta ese titánico acueducto
Arcos rotos y secos por el valle agreste
Adonde el mirto crece con la anémona,
En tanto el agua libre entre los juncos
Pasa con la enigmática elocuencia
De su hermosura que venció a la muerte.En las tumbas vacías, las urnas sin cenizas,
Conmemoran aún relieves delicados
Muertos que ya no son sino la inmensa muerte anónima,
Aunque sus prendas leves sobrevivan:
Pomos ya sin perfume, sortijas y joyeles
o el talismán irónico de un sexo poderoso,
que el trágico desdén del tiempo perdonara.Las piedras que los pies vivos rozaron
En centurias atrás, aún permanecen
Quietas en su lugar, y las columnas
En la plaza, testigos de las luchas políticas,
Y los altares donde sacrificaron y esperaron,
Y los muros que el placer de los cuerpos recataban.Tan solo ellos no están. Este silencio
parece que aguardase la vuelta de sus vidas.
Mas los hombres, hechos de esa materia fragmentaria
Con la que se nutre el tiempo, aunque sean
Aptos para crear lo que resiste al tiempo,
Ellos en cuya mente lo eterno se concibe,
Como en el fruto el hueso encierran muerte.Oh Dios. Tú que nos has hecho
Para morir, ¿ por qué nos infundiste
La sed de eternidad, que hace al poeta?
¿Puedes dejar así, siglo tras siglo,
Caer como vilanos que deshace un soplo
Los hijos de la luz en la tiniebla avara?Mas tú no existes. Eres tan solo el nombre
Que da el hombre a su miedo y a su impotencia,
Y la vida sin ti es esto que parecen
Estas mismas ruinas bellas en su abandono:
Delirio de la luz ya sereno a la noche,
Delirio acaso hermoso cuando es corto y es leve.Todo lo que es hermoso tiene un instante, y pasa.
Importa como eterno gozar de nuestro instante.
Yo no te envidio, Dios; déjame a solas
Con mis obras humanas que no duran:
El afán de llenar lo que es efímero
De eternidad, vale tu omnipotencia.Esto es el hombre. Aprende pues, y cesa
De perseguir eternos dioses sordos
Que tu plegaria nutre y tu olvido aniquila.
Tu vida, lo mismo que la flor, ¿es menos bella acaso
Porque crezca y se abra en brazos de la muerte?Sagrada y misteriosa cae la noche,
Dulce como una mano amiga que acaricia,
Y en su pecho, donde tal ahora yo, otros un día
Descansaron la frente, me reclino
A contemplar sereno el campo y las ruinas.
Bibliografía:
Cernuda, Luis (2002). Como quien espera el alba. Antología poética. Madrid. Espasa Calpe.